La Pirámide de Kefrén es la segunda del conjunto de Giza en tamaño y cronología.
De nuevo hay que subir rampas y agacharse durante algunos metros; pero el recorrido es más corto y, pasado un largo corredor llano, se accede a la cámara funeraria. Aquí el sarcófago está entero y su tapa reposa a un lado apoyada en dos soportes. La cámara también está ocupada en gran parte por un mamotreto de madera de función desconocida. En la pared una enorme inscripción con el nombre del descubridor de la entrada a la pirámide y la fecha del evento.
La Pirámide de Micerino, un poco más retirada, es la más pequeña de las tres. Los guardas de la entrada nos informan de que permanece cerrada a la visita desde hace tres años.
Dedicamos un par de horas a recorrer los alrededores y hacer algunas fotos. Calesas, caballos y camellos pasean a los visitantes por el terreno desértico; desde lejos sus figuras contribuyen a animar el paisaje con un toque exótico.
No tan exótico resulta ver los cientos de botellas de plástico tiradas por todas partes; esas pequeñas botellas de 1/2 litro de agua mineral, omnipresentes en comercios y hoteles, que acompañan al turista en su viaje y acaban tantas veces donde no deben. Es una pena esta degradación del paisaje, pero a nadie parece importarle.
Subimos la cuesta hasta un par de elevaciones del terreno, desde donde la perspectiva del conjunto es más fotogénica. Bajamos después hasta bordear un cementerio, pero no es precisamente el de los trabajadores de las pirámides que andábamos buscando. A medida que la tarde avanza han ido llegando más y más visitantes; la mayoría parecen egipcios, disfrutando de la tarde de fiesta.
Algunos se dedican a correr a caballo, levantando áun más polvo del que ya circula por el aire y armando jaleo; es lo único más bien molesto. Por lo demás, aunque los camelleros siguen ofreciendo sus servicios a cada paso tampoco son demasiado insistentes; y en la distancia sus exóticas figuras animan la escena con el fondo de las pirámides.
La Barca Solar de Keops ya no se puede ver aquí; el museo que la albergaba está clausurado, y la barca forma ya parte de la exposición permanente que se podrá visitar en el nuevo Gran Museo de Egipto, cuando sea inaugurado. Pero se pueden ver los fosos donde estaban enterradas las que se han encontrado hasta ahora, y hacerse una idea de su enorme tamaño.
Cuando por último llegamos a la Esfinge casi nos quedamos sin poder entrar al recinto, pues ya los guardas andan jaleando a la gente, a golpe de silbato, para que se dirijan a la salida, a pesar de que todavía falta más de media hora para el cierre. Conseguimos entrar brevemente y tomar un par de fotos, antes de vernos obligados a salir en rebaño, aunque algunos se resisten empecinadamente a terminar los selfies y rendirse al desalojo.
La carretera de bajada hacia la salida es ahora un caos de coches, calesas, autobuses, caballos, motos, camellos y caminantes, entre la polvareda y la algarabía de bocinazos y las voces de unos y otros. Los caballos de las calesas lo pasan mal entre tanto vehículo motorizado, y a veces patinan en la lisa y polvorienta superficie de asfalto. Uno de ellos, muy nervioso, ha decidido darse la vuelta en medio del follón, provocando unos minutos de tensión en la ya caótica retirada. Uno de los pasajeros de la calesa, ante el incierto final del inesperado cambio de sentido, ha optado por saltar a tierra sin pensárselo dos veces, por lo que pudiera pasar...
Terminamos la tarde en un restaurante, que teníamos seleccionado por sus buenos comentarios y calificaciones. A pesar de estar cerca del hotel nos cuesta un poco encontrarlo; está oculto en un callejón por donde vuelven los camellos y caballos de retirada a sus cuadras, sembrado el suelo con los consiguientes e inevitables "rastros" de su paso; casi nos damos la vuelta, pensando que la dirección estaba equivocada... Pero no; allí está, efectivamente, el restaurante El Hadba.
Unas sopas calentitas y reparadoras, y pollo en salsa de champiñones con el clásico acompañamiento de arroz, tahine y un picadillo de verduras, que nos sirven de comida y cena. Hubiésemos quedado satisfechos con ello, pero quiero probar el Om Ali, un postre típico. Es un púding cuya receta, aunque variable en algunos ingredientes, tiene siempre como base la pasta de hojaldre, leche y nata. El que tomamos en este restaurante, recién cocinado, incluye coco rallado, pasas y cacahuetes; ha sido el mejor de todo el viaje... y sí, está muy rico, pero para la próxima habrá que recordar que llena cantidad.