miércoles, 6 de noviembre de 2013

U.S.A. 1992: Yosemite N. P.


Después de aprovisionarnos en la ciudad de Fresno, enfilamos la carretera hacia el que sería nuestro último Parque Nacional de ese viaje. En realidad es difícil elegir un favorito entre tantos paisajes grandiosos, pero el Valle de Yosemite es uno de esos escenarios que difícilmente se olvidan.

Hacía mucho calor a pesar de estar ya en octubre. El bosque seco y polvoriento mostraba claramente las señales del sexto año consecutivo de sequía que sufría California, por eso cualquier rincón bendecido con el regalo de un río era doblemente apreciado.




Por la entrada Sur llegamos al P. N. Yosemite, que abarca una buena parte de la Sierra Nevada. El área de Wawona (árbol grande) debe su nombre a la lengua de los indios Miwok, antíguos pobladores del valle. Más de doscientos ejemplares de sequoia gigante se conservan todavía en Yosemite, la mayor parte en este área.

Otros habitantes del parque, menos tranquilos, son los osos negros; debido a su voracidad y a los frecuentes incidentes que provoca su afán por conseguir comida fácil de los visitantes, en el camping era obligatorio almacenar cualquier alimento y bebida en los cajones de seguridad instalados en cada una de las plazas. Pero no vimos ningún oso allí, solamente un coyote que se paseaba sin prisas.

* Enlace a los mapas de P. N. Yosemite: nº 1  nº 2  nº 3 y nº 4




Dimos un buen paseo por Mariposa Grove, hermoso bosque sombreado por sequoias, pinos, cedros de incienso, cipreses... El calor no era el mejor aliado para subir las cuestas; pero lo peor era que todo estuviera tan seco, y las muchas zonas quemadas por los incendios, naturales o controlados. Las sequoias gigantes tienen la particularidad de que, con una corteza resistente al fuego, necesita de éste para que sus piñas puedan abrirse y sus semillas germinar.




En la parte más alta encontramos la cabaña de troncos que sirvió de alojamiento durante muchos años a Galen Clark; desahuciado por los médicos por una grave tuberculosis, llegó hasta allí con el ánimo de pasar sus últimos meses de vida o conseguir una cura natural para su enfermedad (los antibióticos aún estaban por descubrir); consiguió su curación y se convirtió en el primer guarda y guía del lugar. La cabaña albergaba un pequeño museo dedicado a las sequoias.

Más arriba encontramos Tunnel Tree, uno de los iconos más fotografiados de Yosemite en el pasado. Durante 88 años peatones y vehículos pasaron a través del túnel excavado en la base de esa enorme sequoia; pero por aquéllas fechas llevaba ya más de veinte años caída a causa del gran peso de la nieve acumulada un crudo invierno en sus ramas.




Un corto sendero nos llevó hasta el mirador de Glaciar Point, desde donde la panorámica del valle de Yosemite era espectacular; un paisaje de bosque y roca, con cúpulas de granito: la más impresionante Half Dome con su pared vertical. En esa época del año y con la sequía, las cascadas llevaban poca agua; pero es allí donde están las más altas de Norteamérica: las Yosemite Falls (739 m.), un espectáculo que aún tardaríamos unos años en poder contemplar en condiciones más favorables.




Por último y para terminar bien el día subimos a Sentinel Dome para ver la puesta de sol, con las semisiluetas de El Capitán y Cathedral Rocks a contraluz.




 Sobre su pelada superficie de granito, erosionada por lluvias y heladas, aún luchaban por sobrevivir varios pinos retorcidos y moldeados por el viento y los rigores del invierno.




El tercer día nos trasladamos a Yosemite Valley, un pequeño pueblo de servicios en el corazón del parque, buscando camping. Aunque normalmente era imprescindible una reserva previa, tuvimos la gran suerte de encontrar a la primera un lugar libre donde montar la tienda; encender hogueras sólo estaba permitido entre las 17 h. y las 23 h., para reducir la contaminación del aire.

El Centro de Visitantes ofrecía una exposición acerca de los indios que habitaron la zona; especialmente llamativo un traje de ceremonia con plumas; y el diorama reproduciendo una escena de la vida doméstica en el interior de la casa, con figuras de tamaño natural; completando el ambiente una mujer india, ésta sí totalmente real, andaba por allí tejiendo un cestillo. En el exterior se podía ver una muestra de diversos tipos de viviendas construídas con ramas y cortezas.




Nos acercamos hasta la base de la pared de El Capitán, otro de los iconos de Yosemite y meta de los escaladores más ambiciosos. Desde allí se podían ver varias cordadas en diferentes alturas y vías; sus figuras del tamaño de hormigas, las hamacas y el material suspendido de clavijas, se perdían en la inmensa superficie de roca y solamente era posible apreciarlas con la ayuda de unos prismáticos.




El penúltimo día decidimos hacer una marcha más larga para acercarnos hasta Nevada Fall. La subida por el bosque era agradable y se agradecía la sombra; por el camino había buenas vistas de la parte posterior del Half Dome, y de la cascada a la que nos dirigíamos.




La última parte, un sendero pedregoso excavado en la pared de roca pero bastante ancho, iba a dar a la parte alta de la cascada. Paramos a comer encima de unas rocas peladas, mientras el viento soplaba fuerte arrastrando arena y piedrecillas; terminamos el bocadillo mascando arena, pero sin llegar a salir volando.




Después de un rato descansando junto a las cascadas emprendimos la vuelta por un camino diferente, machacante como una escalera y al sol; pero desde allí pudimos echar un vistazo a esta otra cascada: Vernal Fall.
Al final del camino, ya abajo, encontramos, ¡oh maravilla!, un estratégico puesto de helados; allí nos sentamos un buen rato para recuperar fuerzas con dos bien grandes, mientras alrededor las ardillas correteaban en busca de alguna golosina caída generosamente.




Terminamos ese día subiendo hasta el mirador que había a la entrada del túnel de Wawona. Desde allí había una magnífica vista de todo el valle, la más clásica y fotografiada probablemente, mientras la luz cálida de la puesta de sol pintaba con una paleta de tonos anaranjados los grises de la roca y los verdes del bosque en un magnífico cuadro de despedida.




El último día amaneció nublado y lluvioso; parecía como si el verano hubiera querido acompañarnos hasta el último momento y ya el otoño llegase pisándonos los talones y reclamando sus fueros. Una fina capa de nieve recién caída blanqueaba las cumbres de las montañas y de pronto hacía frío.

Por la carretera subimos hasta Tuolumne Meadows. El frío arreciaba y la nieve se iba viendo más cercana, pero la estufa de hierro encendida en el pequeño Centro de Visitantes creaba un ambiente acogedor y alpino que se agradecía.




Cuando paramos en Olmsted Point para tomar unas fotos ya no era el otoño, sino el invierno lo que acababa de llegar; frío intenso, ráfagas de niebla y una humedad que se metía en los huesos. Las rocas de granito, agrietadas, dejaban al descubierto sus lisas superficies lamidas por el paso del hielo de antíguos glaciares; la vegetación había quedado reducida a dispersos ejemplares de pinos y cipreses esculpidos por el viento y el clima riguroso.

Pasamos Tioga Pass (3.031) sin apenas darnos cuenta, en medio de un paisaje de alta montaña, para descubrir al otro lado el terreno oscuro y desértico que, muy abajo, rodeaba las aguas azul oscuro del Lago Mono.

miércoles, 16 de octubre de 2013

U.S.A. 1992: Sequoia N. P. y Kings Canyon N. P.


Era un mediodía de septiembre cuando llegamos al P. N. Sequoia, atraídos por su paisaje alpino y deseando echar un vistazo a las sequoias gigantes que todavía se conservan en sus bosques. Todo parecía bastante seco, con altas hierbas amarillas cubriendo el suelo entre las encinas; la calima solamente permitía vislumbrar un paisaje borroso alrededor. La sequía continuaba haciendo estragos en California.

La carretera ascendía curva tras curva y la temperatura se iba haciendo más agradable con la altura. También el bosque cambiaba de color, volviéndose más verde y frondoso; de la espesura surgían torres de granito, entre las que destacaba la llamada Moro Rock, un monolito de tamaño respetable y formas redondeadas por la erosión.




Aún más arriba comenzamos a ver las primeras sequoias. Fáciles de identificar entre los otros árboles por su corteza fibrosa anaranjada, y sobre todo por un diámetro y altura que las hacían destacar sobre todos los demás.




Encontramos un buen sitio para plantar la tienda en el camping de Lodgepole, y por la tarde nos dimos una vuelta con el coche buscando uno de los enormes ejemplares que daban fama al parque: el General Sherman Tree. "El más grande de todos los seres vivos que existen actualmente sobre la Tierra" (según cartel) era una gran sequoia con la parte superior truncada. Con una masa que superaba a la de cualquier ballena o elefante, y entre 2.300 y 2.700 años de vida, resultaba impresionante imaginar todo lo que podría haber visto a lo largo de ese tiempo.




Después de una noche bastante fresquita, dedicamos el día siguiente a recorrer los cortos senderos que permitían explorar los rincones más interesantes del lugar; las carreteras eran escasas en este Parque, pensado más bien para recorrer andando los grandes paisajes salvajes de la Sierra Nevada. Con el coche subimos sobre el tronco de una enorme sequoia tumbada en el suelo: Autolog. También encontramos una enorme piña de Sugar Pine, que actualmente adorna un rincón de nuestra casa.




A continuación un camino que bordeaba unas praderas nos llevó a través del Giant Forest, con hermosos ejemplares; en uno de ellos, caído y hueco, un pionero llamado Hale Tharp tuvo la ocurrencia de construirse un almacén, añadiendo también una cabaña de madera como alojamiento. Este hombre, primer colono del lugar y pionero también en la lucha por conservar los bosques a salvo de los madereros, no consiguió evitar que muchos de aquellos hermosos árboles fueran abatidos entre 1880 y 1890, año éste en que se creó el P. N. Sequoia y cesaron las talas.




Por una larga y empinada escalera de 400 escalones en la roca, construida en 1930 y declarada Lugar Histórico, alcanzamos la cumbre de la Moro Rock. Tendría unas estupendas vistas de los alrededores de no haber sido por la contaminación que, subiendo desde el muy poblado valle de Sacramento, ponía un velo gris que difuminaba el paisaje. Allá abajo, serpenteando a través del valle, podíamos distinguir la carretera que nos trajo hasta aquí el día anterior.




Por último recorrimos el Congress Trail, pasando por algunas de las sequoias más espectaculares del Giant Grove. Y volvimos al camping, donde estábamos rodeados de gente que encendía hogueras mañana y noche, costumbre nacional; ¡qué consuelo saber que lo ahumado se conserva bien!. Lo más molesto era que, con todo tan seco y un polvo sucio cubriendo el suelo, empezábamos a sentirnos como miembros de la tribu "pies negros con zapatillas negras"...




Al día siguiente nos trasladamos a la zona Norte para alcanzar Kings Canyon N. P. Una vez allí hicimos un recorrido por Grant Grove, una zona del bosque que albergaba otro ejemplar sobresaliente: el General Grant Tree; más aislado que su colega el Gral. Sherman y por tanto más fácil de apreciar en toda su enorme altura. ¡Qué ocurrencia poner nombres de generales en árboles tan hermosos!. Y a pesar de llevar ya vistos hasta entonces unos cuantos, aún encontrábamos sorprendente un pie especialmente inmenso, unas ramas que parecían brazos, o un tronco parcialmente ahuecado por el fuego de forma espectacular.




Kings Canyon es el uno de los cañones más profundos de USA. Esto solamente quiere decir que, en cierto punto, la diferencia de nivel entre uno de los picos que lo bordean y el lecho del río es de unos 2.500 metros; o sea, más aún que el Gran Cañón del Colorado. Dicho esto, la verdad es que no se aprecia tal profundidad, seguramente por la amplia distancia entre sus orillas y lo escalonado de las alturas de las montañas que lo rodean.




Hicimos la ruta por el Parque, parando en los miradores y caminando por un sendero a través del bosque y los pedregales. Las altas paredes de granito que nos rodeaban relucían al sol y allá abajo el río de aguas transparentes invitaba al baño; un lugar realmente agradable: las cascadas vertiendo sus aguas en una gran poza. Y como punto especial la gran roca plana que John Muir, escritor y entusiasta abogado de la Naturaleza, utilizaba para sus charlas.

Cuando dijimos adiós a Sequoia y Kings Canyon nos quedaban diez días para la vuelta a casa, pero todavía teníamos pendiente una cita importante que no podíamos pasar de largo: el P. N. Yosemite.

viernes, 19 de julio de 2013

U.S.A. 1992: Intermedio en Los Angeles


Dormimos bien en el camping de Wildrose, sin tarántulas ni sobresaltos; y al día siguiente volvimos a la carretera bien descansados.




Teníamos pensado hacer un "intermedio" lúdico en nuestra visita de Parques Nacionales, para pasar un par de días en Los Angeles y visitar Disneyland. Nunca es tarde para convertir en realidad los sueños, y estábamos deseando conocer de primera mano el mundo de fantasía creado por el entrañable Walt Disney en aquéllas películas y dibujos animados que tantas veces alegraron nuestra niñez.




Enfilamos, pues, la desolación del Panamint Valley, una cubeta ancha y llana entre montañas; puro desierto donde la carretera, como una flecha, se perdía en la distancia. Ya sabíamos que aquél espacio era utilizado como lugar de pruebas para los aviones del ejército; y, efectivamente, no tardó en pasar rugiendo sobre nosotros lo que parecía ser un F-16 volando a poca altura.




Sin embargo la mayor sorpresa del lugar nos la llevamos al encontrar una tortuga en medio de la carretera. Sí, habíamos leído que las había por allí, pero resultaba difícil de creer hasta tenerla delante. Con su caparazón duro y compacto, un saliente bifurcado bajo la cabeza, piel coriácea y escamosa, y uñas planas y potentes, parecía un pequeño carro de combate atravesando el desierto.

La dejamos bien lejos de la carretera después de tomar unas fotos, y en cuanto se vio libre salió "corriendo" hasta refugiarse al cobijo de un arbusto.




Atravesamos más allá una desolada zona minera, con casas destartaladas y sembrada de chatarras; los postes y cables que se entrecruzaban por todas partes no contribuían a mejorar el paisaje. El pueblo principal se llamaba Trona; el entorno de áridos montes pelados estaba ocupado por instalaciones militares.

Un terreno de montañas más húmedas con arboledas anunciaba ya la cercanía de Los Angeles; también iba aumentando el tráfico, y una capa flotante de color gris pardo que solamente nos dejaba ver los objetos más cercanos mientras que todo lo demás se iba difuminando hasta hacerse invisible en la distancia. Volvíamos a la civilización...




Orientándonos en el laberinto urbanizado gracias al mapa de carreteras conseguimos llegar hasta Anaheim y entrar en Disneyland. Nos instalamos en el Disney´s Vacationland campground, y pasamos todo el día siguiente subiendo y bajando, entrando y saliendo, hasta probar todas las atracciones que encerraba el recinto. A pesar de la cantidad considerable de visitantes no tuvimos que esperar demasiado en las colas, e incluso repetimos en las que más nos gustaron. Guardamos un buen recuerdo de Disneyland, con su ambiente mágico y algo anticuado, aunque esto último le aportaba cierto encanto extra.




Al día siguiente nos dimos una rápida vuelta por la ciudad de Los Angeles. El ambiente grisáceo, las autovías llenas de vehículos, y un calor agobiante poco común para las fechas en que ya estábamos no invitaban a permanecer allí por más tiempo. Pasamos por Long Beach, donde estaba amarrada la enorme mole del Queen Mary. Por Beverly Hills, zona ondulada y boscosa salpicada de magníficas villas donde se suponía que vivían las estrellas de cine; aunque los únicos seres vivientes visibles en aquél momento eran los jardineros, carteros, y obreros arreglando la calle. En Malibú, la fila de casas bajas alineadas frente a la playa dejaba pocos huecos para echar un vistazo al mar, donde flotaban algunos surfistas esperando la ola.

Y después de aquel baño de civilización, y con muchas ganas de dejarla atrás, seguimos ruta atravesando Los Padres National Forest, increíble remanso de paz a tan pocas millas de la ciudad. Pasamos el día en la carretera hasta que, muy cansados, paramos a pasar la noche en un camping Koa cerca de Porterville. Para no variar, por allí cerca pasaban todos los coches y camiones del mundo, y a las 6:30 a.m. nos despertó el camión de la basura recogiendo los contenedores con estruendo; los cuervos comenzaron a entonar su serenata matutina justo en aquél momento, y poco después se les unieron los ocupantes del RV de al lado. En fín...

Nada más desayunar recogimos la tienda y salimos disparados, deseando llegar cuanto antes a nuestro siguiente destino: los Parques Nacionales Sequoia y Kings Canyon.

jueves, 23 de mayo de 2013

U.S.A. 1992: Death Valley N. M.


Abandonamos Las Vegas en medio de una atmósfera polvorienta que oscurecía el paisaje. En realidad nos quedaban cosas por ver allí, pero preferimos irnos con un buen recuerdo y ganas de volver en otro momento.

Enfilando ya la carretera que nos conducía a Death Valley volvía el calor y el desierto; curiosos árboles de Joshua, de extraña y característica silueta, salpicaban la llanura amarillenta; al fondo las montañas como una barrera gris oscura.




Dejando atrás el último collado comenzamos el descenso hacia el Valle de la Muerte, ominoso nombre que parecía prometer calamidades sin cuento a los que se atrevieran a dejarse caer por allí. Habíamos leído que se trataba del área más seca de Norteamérica, donde los termómetros habían registrado un récord mundial todavía vigente: el 10 de julio de 1913 el aire llegó a alcanzar la respetable temperatura de 56,7 ºC en una zona llamada Furnace Creek (Arroyo del Horno); un nombre sin duda muy descriptivo y evocador. Lo "normal", sin embargo, son unos 48 ºC en verano, que tampoco está mal. Estábamos, al fin y al cabo, dentro del desierto de Mojave.

Nosotros llegábamos a Death Valley National Monument el 21 de septiembre, y aunque el calor seguía siendo respetable se podía aguantar gracias a la sequedad del aire... y al aire acondicionado del coche. Eso sí, cuando salí de aquel agradable ambiente en busca de una piedrecita que llevarme de recuerdo comprendí lo que debe de sentir un pez fuera del agua; además, la dichosa piedrecita estaba a punto para freír cualquier cosa sobre ella...

* En este enlace puedes acceder a la página Web del Parque. Allí puedes ver información actualizada, fotos, y un mapa de la zona.

Un altura por debajo del nivel del mar, un cerco de altas montañas, la elevada presión del aire y el suelo llano y desnudo de vegetación, son factores ideales para formar las masas de aire ardiente que se desplazan por aquella cubeta, creando las mismas condiciones que se dan en un horno de convección. En contraste, los picos de las montañas que rodean el valle alcanzan hasta 3.360 m. y pueden verse cubiertos de nieve parte del año.




El punto más bajo del valle es Badwater: 86 m. por debajo del nivel del mar. Allí el suelo está cubierto por una extensa capa de sal que alcanza hasta 2 metros de espesor y reluce al sol.




Entre las sales comunes que forman estos depósitos también se descubrió bórax. A finales del siglo XIX estos depósitos fueron explotados durante años, transportando el bórax en carretas tiradas por mulas. Precisamente habían sido los mineros, que cruzaban por allí unos años antes en su ruta hacia los yacimientos descubiertos durante la Fiebre del Oro, quienes habían dado su nombre al valle; atravesarlo debía de ser entonces una tarea bastante ingrata. Les hubiera venido bien encontrar en su camino alguna cisterna de agua como las que podíamos ver ahora a un lado de la carretera.




Lo más curioso era que aquél lugar tan árido y aparentemente monótono tenia rincones llenos de colores. Laderas erosionadas donde los óxidos minerales habían pintado el paisaje de franjas verdes, rosas, naranjas, ocres, amarillas, violetas... un auténtico arco iris geológico, como la zona llamada Artist Palette.

Paramos también en Death Valley Ranch para recuperarnos a base de zumos y refrescos. Allí había un museo, tiendas y algunas cosas más; y, sobre todo, un estupendo aire acondicionado del que disfrutamos un buen rato. El frondoso bosque de palmeras datileras y un prado cubierto de hierba, se nos antojaban imposibles espejismos causados por el calor.

El Centro de Visitantes tenía una interesante exposición y un buen audiovisual. Y poco más allá, en Harmony Bórax Works tuvimos ocasión de ver alguno de los transportes usados antíguamente para trasladar los cargamentos de bórax.




Con ello nos dimos cuenta de que había alrededor mucho más de lo que en principio habíamos pensado, y de que tendríamos que volver en otra ocasión... con temperaturas más propicias.

Tardamos unos años pero, efectivamente, visitamos de nuevo Death Valley, que para entonces ya era Parque Nacional. Recorrimos entonces el Golden Canyon, el trail de Natural Bridge, subimos hasta Dante´s View y caminamos sobre la llanura salada y cegadora de Badwater... Efectivamente aquél lugar aparentemente vacío tenía mucho más de lo que parecía a primera vista.




Con la puesta de sol paramos por última vez, en una zona de dunas; la arena, finísima, tenía la consistencia del polvo. Poco más allá alcanzamos a ver un coyote que se escabullía sin prisas.

Cuando dejamos atrás Death Valley empezaba a anochecer; era hora de buscar un lugar donde dormir. Por el camino paramos al ver una tarántula de tamaño respetable, que permaneció agazapada mientras la examinábamos a la luz de una linterna. Poco más allá llegamos al camping de Wildrose, muy primitivo pero al menos con un par de grifos de agua potable, y gratuíto; eso sí: las piquetas se negaban a clavarse en un terreno que parecía de cemento y tuvimos que acabar sujetando los vientos de la tienda con pedruscos.

Magnífico cielo cubierto de estrellas y una gran tranquilidad. Dormimos muy bien.

domingo, 21 de abril de 2013

U.S.A. 1992: Las Vegas


Atrás quedaba el Gran Cañón del Colorado y sus espectaculares vistas. Tarde de carretera, camino a Las Vegas. Cuanto más nos íbamos acercando más calor hacía, transformando el paisaje en un desierto del que emergían de vez en cuando oscuras siluetas de conos volcánicos; viejos basaltos y lavas erosionadas asomaban como huesos del suelo polvoriento, salpicado de grandes cactus y pequeños árboles de Joshua.

Anochecía cuando alcanzamos la presa Hoover, que embalsa las aguas del río Colorado y sirve de paso entre los Estados de Arizona y Nevada, donde ahora entrábamos. El lago Mead, formado por sus aguas retenidas, es el mayor embalse de USA. Era chocante el contraste entre tal cantidad de agua y el terreno árido y rocoso que lo rodeaba exhalando el ardiente calor acumulado durante las horas de sol. El Colorado se perdía en la oscuridad del horizonte como una cinta de plata.




Nuestra idea de Las Vegas era la de una pequeña ciudad con una calle principal bordeada de casinos y rodeada de hoteles y demás; no estábamos preparados mentalmente para lo que nos encontramos.

Todavía recuerdo bien la sensación que tuve al remontar un cambio de rasante en el oscuro desierto y encontrar al otro lado aquel lago de luz entre las negras montañas. ¿Aquéllo era Las Vegas...?, ¡caramba!.




A través de una avenida iluminada entramos en la ciudad buscando un camping inexistente. Por el camino ya habíamos visto varios casinos destellantes de brillantes juegos de luces, pero el centro era algo exagerado. La calle principal era Las Vegas Boulevard, también conocida como el Strip: una larguísima avenida flanqueada por las construcciones más delirantes que habíamos tenido oportunidad de ver hasta entonces, sumergidas en un océano de luces de colores.

Entre ellas destacaba el gigantismo seudo clásico del Caesars Palace, y la orgía de luces y dorados del Golden Nugget. Pero por encima de todos se llevaba la palma The Mirage, un oasis de cascadas y palmeras ¡en medio de aquel desierto!... Casi parecía irreal. Una riada de gente y de coches circulaba contínuamente por la avenida y algunos atascos hacían difícil el avance.




Esa noche nos instalamos en un camping Koa que habíamos visto antes de entrar en la ciudad; lejano ya el aire fresco del Gran Cañón, el calor volvía a ser la tónica. Por la mañana nos visitó un correcaminos; no se parecía demasiado al "bip -bip" de los dibujos animados de nuestra infancia, pero era un animal tímido y evidentemente prefería correr a volar porque solamente en el último momento de decidió a ello para alcanzar la valla y desaparecer de nuestra vista.

A la hora de comer volvimos a la ciudad. Elegimos el casino Excalibur para probar su buffet, porque estaba abierto hasta una hora "española" (las 4:00 pm.), costaba solamente 3,95 $ por persona, y además parecía Disneylandia: un castillo blanco de fantasía con torres rematadas por cónicos tejados de colores. La primera impresión al entrar en el hall era la de hallarnos ante un cuadro abigarrado de luces, colores, sonidos y gente.

El buffet era bueno y comimos muy bien, paseando a continuación por los diferentes pisos del edificio. Lo más abundante eran las máquinas tragaperras de diversos formatos y los juegos de mesa, como es normal en un casino. Pero también había tiendas de regalos, un pequeño teatro donde actuaba una pareja de equilibristas - bailarines, un puesto donde fabricaban al momento simpáticas velas con la efigie del mago Merlín... Lo más curioso, sin embargo, era la Capilla de Bodas instalada en el último piso; parecía tener gran éxito, ya que no deja de ser pintoresco poder casarse vestidos de rey Arturo y reina Ginebra y celebrar un banquete de bodas medieval en una de las torres del castillo...

En el casino Tropicana nos llamó especialmente la atención la enorme cristalera del techo en la sala principal; en medio de un bosque de palmeras y fuentes actuaba una orquesta de jazz. El Flamingo debía de ser uno de los casinos más antíguos y lo estaban repintando, aunque también estaba lleno de gente.




Circus Circus, con su enorme hotel de 2.800 habitaciones parecía algo más interesante por fuera; pero en realidad resultó más bien una feria bajo techo con variedades de tiro al muñeco, carreras de caballos y atracciones similares complementando los consabidos juegos de azar y máquinas tragaperras propios de un casino. Bajo una pequeña carpa actuaban equilibristas y trapecistas; pero el público apenas aplaudía, lo que daba la impresión de cierto desaire para los artistas.

Los mejores casinos desde el punto de vista turístico, como atracción sin ánimo de jugarse los cuartos, eran el Caesars Palace y The Mirage.




El enorme edificio doble del Mirage estaba rodeado de amplios jardines con altas palmeras y un derroche de fuentes y cascadas con un pequeño volcán en medio. Cada anochecer, el volcán entraba en erupción con un despliegue de luces rojas y lenguas de fuego entre sonidos retumbantes; un espectáculo que se repetía cada 15 minutos, atrayendo gran cantidad de espectadores.




En su interior, además de las salas de juego, tiendas y demás, nos llamó la atención la enorme piscina al aire libre alimentada por cascadas, una jungla tropical, y la gran jaula acristalada que albergaba una pareja de preciosos tigres blancos.




El Caesars Palace era un verdadero espectáculo en sí mismo. Ocupaba un espacio inmenso con un surtido de fuentes, estatuas, árboles, columnatas y templetes rodeando las grandes torres del hotel y el casino. En el interior, una idealizada vía italiana flanqueada de comercios, con fuentes y estatuas en las plazas, y por encima un techo abovedado que parecía realmente un cielo primaveral surcado por nubecillas blancas, muy conseguido.




Cada cierto tiempo las estatuas de las fuentes cobraban vida, hablando y cantando con movimientos sorprendentemente reales. Completando el cuadro, el personal que trabajaba en esta parte del casino vestía a la usanza de los antíguos romanos (tal como debía concebirla algún imaginativo modisto de Hollywood). En una de las cafeterías, con una barra que simulaba un barco de la época, Cleopatra y su corte se daban un paseo de vez en cuando con un despliegue digno de cualquier película de romanos...




Aunque solamente fuera por haber visto estos dos casinos, la visita a Las Vegas hubiera merecido la pena. ¡Qué sorprendente espejismo en medio del desierto!, una ciudad tan curiosa, exagerada, chocante, espectacular, hortera, derrochadora, entretenida... No para estar allí mucho tiempo, pero merecía la visita.

viernes, 5 de abril de 2013

U.S.A. 1992: Grand Canyon of the Colorado N. P. (3)


18 de septiembre en el P. N. del Gran Cañón del Colorado. Un día de agua entre tormenta y tormenta con algunos intervalos de sol. El ambiente era frío y húmedo; helicópteros y avionetas sobrevolaban la zona.

Entramos de nuevo al Parque para continuar el recorrido. En el Centro de Visitantes proyectaban dos audiovisuales; el más espectacular, The river song, tenía impresionantes escenas de los rápidos del Colorado y en general del agua en todas sus formas, con un ritmo muy ameno y una música agradable. También pasamos un rato viendo tiendas, mientras afuera continuaba lloviendo.




Cuando la lluvia cedió el turno por un rato a los rayos del sol, aquel paisaje plano y gris se transformó súbitamente en un laberinto mágico donde retazos de nubes muy blancas flotaban prendidas de las crestas rocosas o surgían de las profundidades del cañón extendiendo un hálito de aspecto fantasmal sobre el relieve. Los rayos del sol, filtrándose a través del manto oscuro de nubes más altas, pintaban de colores algunas zonas y dejaban otras en sombra creando un vivo efecto de mosaico cambiante.




Aprovechamos la tregua para movernos y tomar algunas fotos, y pronto encontramos a una pareja de españoles: Marta y Quique, entre los muchos visitantes. Parados en medio del camino para hablar con ellos, no tardaron en  agregarse a nuestro pequeño grupo otras dos jóvenes españolas, e incluso una señora mayor que venía de Jadraque (Guadalajara). Muy contentos por la rara oportunidad de hablar en español con otros compatriotas, cosa ya casi olvidada durante los más de dos meses que llevábamos de viaje, pasamos lago rato charlando hasta por los codos, intercambiando experiencias e información de los lugares que habíamos visitado.




Así pasamos ese día de lluvias intermitentes, disfrutando del espectáculo de luces que a veces se desarrollaba en la lejanía. Al anochecer, considerando que en la tienda todo debía de estar bastante mojado, cambiamos sin dudarlo la cocina casera por un Mc Donald´s para cenar.

Esa noche fue tremenda. La tormenta estaba encima y los rayos caían una y otra vez en los alrededores, mientras los relámpagos iluminaban súbitamente el interior de la tienda con fogonazos blancoazulados. Retumbaban los truenos, unas veces cercanos, otras más lejos; y a veces un rayo demasiado próximo restallaba con un ruido sobrecogedor. La lluvia caía en ráfagas tan fuertes que atravesaba el doble techo de tela, salpicándonos en pequeñas gotitas. Acabamos, en fin, con la tienda chorreando agua por partes, pero aguantó lo suficiente para no naufragar...




El día siguiente amaneció tranquilo; de la tormenta pasada solamente quedaban algunas nubecillas dispersas como recuerdo; volvía el calor. Recogimos la tienda empapada tal como estaba, ya tendría tiempo de secarse esa noche en Las Vegas.

Y volvimos a entrar en el Parque. Nos quedaba por hacer el recorrido del West Rim Trail, así que dedicamos la mañana a verlo con ayuda del autobús (gratuíto) que pasaba por los miradores cada 15 minutos.

Desde Maricopa Pt. caminamos el corto trayecto de poco más de 1 km. hasta Hopi Pt., para tomar de nuevo el autobús, bajar otro par de veces, y de nuevo al punto de partida. Con el sol de mediodía cayendo de plano el paisaje había perdido parte de su magia, aunque conservando toda su grandiosidad.




Pasamos por una mina de uranio abandonada; un cartel disuasorio avisaba del peligro de contaminación radioactiva. En Hermit Rest, final del trayecto, encontramos un antíguo albergue; había pertenecido a un minero al que llamaban el ermitaño debido a su gusto por la soledad; también trabajó durante años como guía local para los primeros turistas que visitaban la zona. En la acogedora sala interior del albergue, el hogar ocupaba una cavidad redondeada en la pared de piedra.

También dimos una vuelta por Grand Canyon Village, un pequeño pueblo de servicios en el interior del Parque. Había allí acogedores lodges con interiores de madera y decoración pintoresca; en uno de ellos pudimos ver dos cabezas disecadas de alces con un tamaño más que respetable. También estaba allí Hopi House, un edificio de piedra y barro en estilo indio, con escaleras de madera y una tienda de recuerdos en su interior.




Con un último vistazo al Cañón y varios libros añadidos al equipaje, nos despedimos ya de aquel mítico paisaje. A las imágenes que nos sirvieron antes para imaginarlo se superponía ya la realidad de la visita en directo; con nosotros llevábamos las fotos que modelarían los recuerdos completando el ciclo.