martes, 31 de enero de 2012

U.S.A. 1992: Redwood N. P.


Volvíamos a entrar en California. Esta vez la frontera era más que evidente, porque para proteger su agricultura la legislación impide pasar frutas o verduras compradas en cualquier otro lugar.

La carretera 96 discurría sinuosa a lo largo del interminable valle del Klamath River, paraíso de los pescadores; se veían muchas casitas en medio de los frondosos bosques, y también negocios relacionados con esa actividad: alquiler de botes, artículos de pesca y alojamientos. Pero a la hora de buscar camping no encontramos ninguno; así que acabamos plantando la tienda, ya anocheciendo, en una llanura pedregosa junto al río donde ya estaban acampados unos hombres mayores que, a pesar de su aspecto algo extraño, aparte de ser bastante ruidosos no nos causaron ningún problema.

Al fín alcanzamos la costa: largas playas a un lado de la carretera y un bosque con enormes árboles al otro. Habíamos llegado al Redwood National Park.

* Aunque este parque no parece tener instalada ninguna webcam, puedes obtener información completa y actual del lugar pinchando en Redwood N. P. para acceder a la página web del Servicio de Parques Nacionales de U.S.A.
    
Este parque nacional y los estatales adyacentes protegen el 45% de los bosques de Coastal Redwood (Sequoia sempervirens) originales que han sobrevivido: los árboles de mayor altura y masa que viven en la Tierra. La pena es que el 90% de estos magníficos árboles gigantes, que en 1.850 cubrían 8.500 km2 de la costa de California, acabaron siendo talados para construir casas en San Francisco y otros lugares de la costa, antes de que les alcanzara esa protección...




Nos instalamos en el camping de Prairie Creek, muy céntrico para visitar el parque. Cada plaza estaba provista con su correspondiente parrilla y mesa; sombreada y a la vez aislada de las otras por el bosque, casi como estar solos; nos habían prevenido acerca de la presencia de osos y mapaches, aunque no vimos ninguno. Pero cuando estábamos terminando de montar la tienda, recibimos la inesperada visita de dos enormes wapitis que se habían ido acercando mientras pastaban por los alrededores.




El wapiti (Cervus canadensis), que allí también llaman elk (no confundir con los alces: moose), es uno de los cérvidos más grandes que existen actualmente: sólo el alce y el sambar le superan en tamaño. Estos que ahora teníamos al lado, sin ser ejemplares de los más grandes tenían un aspecto imponente.

Emocionada, me acerqué para tomar un par de fotos con cuidado de no hacer movimientos bruscos; no tanto porque pudieran espantarse como por si decidían de pronto que en su territorio no querían extraños (ya habíamos tenido una experiencia con un urogallo bastante temperamental en Suecia...). Pero en cuanto empezaron a acercarse otros campistas debieron pensar que ya era demasiado público y se alejaron; y a pesar de su gran corpulencia y de que su camino pasaba justamente entre la tienda y el árbol, no rozaron ni uno sólo de los vientos.




El bosque empezaba allí mismo, detrás de nosotros: grandes redwoods y abetos de Douglas, principalmente, aunque mezclados también con otras especies. El sotobosque, muy frondoso, ocultaba troncos caídos por todas partes; algunos de estos inmensos ejemplares tumbados formaban puentes bajo los cuales pasaba cómodamente el camino; otros habían sido aserrados para abrir un paso, y era al atravesar estas secciones cuando mejor se podía apreciar su enorme tamaño.

Había árboles de troncos múltiples con una base común (en la foto se puede apreciar la escala). Otros habían quedado huecos y ennegrecidos por los incendios, pero seguían vivos y evocaban primitivas fortalezas. La luz del sol conseguía a duras penas penetrar en aquel ambiente verde y húmedo, dando la impresión de que se acercaba la noche en pleno mediodía.




Empleamos otro día en hacer un recorrido por senderos que atravesaban el bosque y salían a la costa: empezamos por el Miner´s Trail, desviándonos luego por el Clintonia T. y terminando en el James Irving T. No coincidimos con nadie en esta ruta, y los únicos animales que podían verse eran los diminutos pájaros pardos que llaman wren moviéndose como ratones entre la maleza. También encontramos estas curiosas babosas amarillas, que muy acertadamente han bautizado como Banana Slug (Ariolimax californicus).




El último tramo recorría un frondoso cañón verde de paredes tapizadas con helechos (Fern Canyon), y por allí fuimos a salir a la playa de Gold Bluffs. Enormes troncos secos arrastrados hasta la costa por las olas yacían sobre la arena clara de una playa interminable, que se perdía de vista a lo lejos entre la bruma.

Soplaba un viento bastante fresco a pesar del sol, pero es evidente que hay quien no renuncia a la siesta por tan poca cosa...




Visitamos también la zona de reseva de Tall Trees, con el correspondiente permiso, para ver el que dicen es el árbol más alto del mundo, además de los que ocupan el tercer y sexto puesto (según mediciones efectuadas por el National Gographic en los años 60). La excesiva proximidad y lo espeso del follaje no nos permitía apreciar claramente su tamaño, pero desde luego las ramas más altas se perdían de vista allá arriba.




El último día pasamos un buen rato viendo la exposición del Centro de Visitantes, muy interesante y bien montado como todos; y también dimos un paseo por la arboleda de Lady Bird Johnson, con un sendero didáctico muy agradable y en aquél momento solitario.

La niebla que cubría la costa esa mañana terminó llegando también al bosque, y en pocos minutos quedamos envueltos en una atmósfera irreal donde parecía haberse detenido el tiempo; como si las sombras de los cazadores indios que otrora recorrieron estas espesuras en busca del ciervo y del oso, pudieran materializarse entre los árboles desdibujados y etéreos y recuperar por un momento su existencia perdida... La despedida perfecta para un lugar mágico.

sábado, 28 de enero de 2012

U.S.A. 1992: Crater Lake N. P.


Habíamos cruzado el límite fronterizo de Oregón sin ver señal alguna que lo indicase, y en medio de un frondoso bosque de coníferas entramos en el Parque Nacional del Lago de Cráter.

* Para una vista del lugar a través de las webcam del Servicio de Parques Nacionales de U.S.A., puedes pinchar en esta Vista actual de Crater Lake, y seleccionar la cámara que prefieras.




El centro de interés del Parque era evidente: un magnífico cráter de 10 kms. de diámetro con un lago de brillantes aguas azules en su interior. Este lago,de unos 600 metros de profundidad, se alimenta de las lluvias, y de la nieve que cubre los montes durante gran parte del año.




Aquí no había largos recorridos a pie, ya que una carretera de unos 50 kms. bordea la parte alta de la caldera. La visita consistía en hacer ese circuito, parando en los miradores y ocasionalmente subiendo por el sendero hasta alguno de los picos más altos que lo rodean.




Solamente había un camino por el que se permitía bajar hasta el lago: el Cleetwood Trail; con una empinada pendiente, llegaba hasta el embarcadero de los pequeños barcos que dan paseos a los turistas.





También subimos por un sendero bastante cómodo hasta la cima del pico Watchman. Desde allí había una magnífica vista de todo el lago, con la isla de Wizard en primer plano. El agua era de un verde esmeralda increíble en las zonas menos profundas y, posadas en la rama de un pino, una pareja de águilas pescadoras de cabeza blanca parecía contemplar sus dominios.




Estuvimos en este Parque solamente un par de días. El tiempo estaba revuelto, y aunque a ratos salió el sol tampoco faltó la niebla, lluvia, e incluso alguna granizada. Nada extraño, ya que estas montañas permanecen cubiertas de nieve a veces hasta mediados de julio.




Animales vimos pocos: algún ciervo, pájaros y, naturalmente, las ubícuas ardillas de tierra intentando conseguir comida fácil de cualquiera que se acercase. Sin embargo como paisaje fue uno de los más espectaculares de todo el viaje.

miércoles, 25 de enero de 2012

U.S.A. 1992: Lava Beds N. M.


Después de atravesar el Bosque Nacional Modoc, entramos en otra zona de especial protección: el Monumento Nacional de los Campos de Lava, en el Norte de California, a un paso del límite fronterizo de Oregón.

* Para obtener una vista del lugar a través de la webcam del Servicio de Parques Nacionales de U.S.A., puedes pinchar en Vista actual de Lava Beds.




La información del Centro de Visitantes nos hizo saber que la zona está formada por las sucesivas coladas de lava vertidas por el Mammoth Crater hace 30.000 años; y su principal interés son los tubos volcánicos, y las cuevas (más de 200) abiertas al desplomarse el techo de aquéllos. Además de conos de cenizas, coladas de lava Pahoehoe (transitable, más o menos lisa) y Aa (sólo apta para faquires), estratovolcanes, chimeneas...

Montamos la tienda en la zona de acampada; unas cuantas sabinas proporcionaban la sombra necesaria, y disfrutamos del privilegio de tener una fuente muy cercana para mitigar la ausencia de duchas. En aquel terreno árido y seco, un punto de agua suponía un lujo que no éramos los únicos en apreciar: los ciervos también se lo sabían y acabamos haciendo buenas amistades con los que venían por allí.




Los rangers del Visitor Center proporcionaban, gratuitamente, unas grandes linternas a quien lo solicitaba. Con ellas pasamos tres días de cueva en cueva; algunas nos parecieron más interesantes que otras, aunque todas tenían una agradable característica en común: el fresquito que reinaba en su interior.




Skull Cave, una de las primeras que vimos, era un túnel inmenso; sorprende que en sus profundidades el piso sea de hielo.

No tan agradable fue la sorpresa que nos aguardaba a la entrada de la Big Painted Cave: enroscada en un hueco de la roca, justo al lado de la escalera, una serpiente de cascabel nos observaba con suspicacia; pero con precaución y manteniendo toda la distancia posible conseguimos entrar sin problemas.




El caso es que en el folleto informativo que nos habían dado ya avisaba de que las serpientes de cascabel eran parte de la fauna local, protegidas por ser parte importante del ecosistema; y como precaución a tomar: no poner manos o pies donde no debas..., un buen consejo para la superficie, con todo iluminado por la luz del sol, pero en aquéllos recovecos la cosa no estaba "tan clara".




Por suerte no todos los habitantes de Lava Beds eran tan inquietantes. Los pikas (Ochotona princeps), roedores amantes del frío que normalmente sólo viven en alta montaña, sobreviven en esta zona tan cálida gracias al fresco refugio que les brindan los tubos de lava; son animales muy graciosos, con la curiosa costumbre de acumular en sus nidos todo lo que van encontrando en su camino.




Entre las cuevas más vistosas recuerdo la Golden Dome Cave, con algunas zonas del techo en extraños colores casi dorados; tenía pequeñas estalactitas picudas formadas por las gotas de lava al enfriarse, que evocaban la piel espinosa de algún monstruo prehistórico, pero también diminutas formaciones delicadas como filigrana.

Blue Grotto era laberíntica, con un montón de salidas. Catacombs Cave tenía túneles de sección casi circular, que me recordaban al "tube" de Londres más que a las catacumbas de Roma. Lava Brooks Cave, con una gatera-puente que había que atravesar con cuidado para no dejarse la espalda o las rodillas en las puntas de lava, tenía otra salida por Labyrinth Cave. Sunshine Cave dejaba pasar los rayos del sol a través de varias "ventanas", pintando cuadros de luz y color en la oscuridad del túnel.




Y la Hopkins Chocolate Cave, que efectivamente tenía vetas de un color y textura que recordaban al chocolate. Las fotos que he incluído pueden no corresponderse con las que he descrito, ya que no iba apuntando los datos de cada toma, pero todas son de allí y dan una idea del lugar.

Un atardecer también subimos a lo alto del Black Crater para contemplar desde allí la puesta de sol. Su caldera de bordes quebrados y lava crujiente, con tres aberturas, me hacía recordar otros cráteres vistos en Islandia.




La última tarde nos acercamos hasta el campo de batalla Thomas Wright.

Todo este lugar estuvo habitado durante siglos por los indios Modoc, que vivían felizmente de sus recursos naturales hasta que aparecieron los primeros colonos blancos en 1850. Durante catorce años hubo conflictos y luchas sangrientas que acabaron, como en el resto de Norteamérica, con el desplazamiento de los indios a zonas "de reserva" donde se vieron obligados a convivir con los que antes fueron sus enemigos. Descontentos, los Modoc acabaron volviendo a sus tierras y enfrentándose a los invasores hasta que, en 1872, el ejército recibió la orden de expulsarlos de allí por la fuerza si era preciso.

Al abrigo de aquel laberinto de lavas que conocían tan bien, los indios resultaron un bocado indigesto para el U.S. army, manteniendo en jaque con 52 guerreros a una fuerza 20 veces superior (textual en la info). Y aunque al cabo casi todos fueron capturados y su jefe, el Capitán Jack, terminó sus días ahorcado junto con otros cabecillas, su historia ha quedado escrita y los descendientes de aquellos indios se reúnen aquí para conmemorarla.

Nuestra visita, casualmente, había coincidido con una de sus celebraciones; en la oscuridad de la noche y a la luz de la hoguera llegaban hasta nosotros los cantos y el golpear rítmico de tambores, y podíamos imaginar sin esfuerzo que habíamos retrocedido en el tiempo y formábamos parte de aquella historia...




En el antiguo campo de batalla, la luz del atardecer teñía de tonos cálidos las hierbas amarillas y los matorrales, las lavas oscuras y los conos de cenizas. Desde un mirador se podía contemplar la explanada donde cayeron muchos soldados americanos, sorprendidos por los indios Modoc a causa de un error de los primeros y a pesar de doblarles en número. Un panel explicaba el hecho de forma muy didáctica, como se usaba por allí; pero lo que realmente nos llamó la atención fueron las palabras atribuídas al jefe indio una vez terminada la escaramuza:

"Los soldados que no hayan muerto es mejor que se vayan a su casa. No queremos matarlos a todos hoy..."

jueves, 19 de enero de 2012

U.S.A. 1992: Lassen Volcanic N. P.


Por un pueblecito llamado Mineral accedimos al Parque Nacional Volcánico de Lassen.

* Para una vista del lugar a través de las webcam del Servicio de Parques Nacionales de U.S.A. puedes pinchar en Vista actual de Lassen Volcánic N.P. y seleccionar la cámara que prefieras.




El monte Lassen, un volcán en realidad, forma parte de la cordillera de las Cascadas. En su entorno hay volcanes de cuatro tipos, bastantes lagos, y zonas de actividad geotermal con fumarolas, solfataras, fuentes calientes, pozos de barro... en fin, cantidad de cosas que explorar.




Viniendo desde el Sur, lo primero que encontramos fue la estación de los rangers (guardabosques), de donde salimos ampliamente provistos de mapas, folletos y todo tipo de información práctica. A continuación, atravesando un bosque de altas coníferas, llegamos a la entrada del parque.




Paramos a comer un bocadillo antes de continuar, y enseguida recibimos la visita del "comité de recepción", dispuestos a compartir sin remilgos la merienda. Estas ardillas de tierra son de dos variedades: el pequeño chipmunk, más asustadizo, prefiere atrapar lo que caiga y alejarse para comérselo, siempre corriendo de un lado a otro con nerviosos movimientos.

En cambio las ardillas listadas (golden mantled ground squirrel?) se acercan con toda confianza hasta la mano que tiene algo que ofrecer. En realidad con demasiada confianza... una de ellas ha terminado subiéndose al coche y hasta mis rodillas, ¡por si acaso no la había visto!. En fin, eran muy graciosas; pero es mejor tener en cuenta que algunas están infectadas por pulgas que transmiten la peste bubónica y no se debe andar jugando con ellas, porque cada año se repiten los casos de infección en personas.




Aunque el área del parque es extensa, la carretera serpentea por su mitad Oeste y permite acceder con facilidad a puntos de vista y zonas interesantes con el mínimo esfuerzo; en cambio la zona Este, más salvaje, sólo es accesible por senderos y requiere tiempo y un ánimo más deportivo; de esta forma hay algo adecuado para cada tipo de visitante: una fórmula inteligente que se repite en todos los parques de Estados Unidos.

Además existen zonas de acampada, pues por allí entienden que conservación y disfrute de la Naturaleza no son mutuamente excluyentes. Las plazas son limitadas y los servicios suelen ser básicos, y desde luego hay normas estrictas que los rangers se encargan de hacer cumplir y los visitantes de respetar; pero existen, que es lo importante. Así que pudimos instalarnos en una estupenda plaza, amplia, aislada de sus vecinas por una muralla de abetos que permitían la intimidad, y con su correspondiente hogar y parrilla. ¡Qué harían los americanos sin su barbacoa de cada día...!, y rápidamente decidimos que era bueno adoptar las costumbres locales: "allá donde fueres..."




Recorrimos la zona de Sulphur Works, una de las áreas geotermales más accesibles del parque, a través de pasarelas de madera: solfataras y fumarolas principalmente. Lo curioso es que antes de ser parque nacional se había intentado establecer aquí un negocio de baños de aguas minerales, que fracasó.




También subimos hasta la cima del Pico Lassen (3.187 m.), que tras 298 erupciones registradas se mantenía tranquilo desde 1.921.




Un buen camino, de pendiente aceptable y sin pasos peligrosos a pesar de los carteles de aviso que vimos al principio, nos puso en la cima en un par de horas. Por suerte las nubes nos libraron del sol durante la subida.




Al otro lado, invisible desde abajo, había una "pequeña" caldera de aspecto quebrado y renegrido, y muchas bombas volcánicas diseminadas por el terreno.




Atravesando un pequeño nevero llegamos a la parte más alta, con una antena alimentada por dos placas solares; las ardillas también habían colonizado el pico, como siempre bien dispuestas a compartir el bocadillo de los ocasionales visitantes.




Observamos que dos especies de animales se habían repartido el territorio: la parte alta para las ardillas de tierra; pero a partir de media ladera el terreno pertenecía a los Clark´s Nutcracker, pájaros de color beige, gris y negro pertenecientes a la familia de los cuervos, que revoloteaban entre los pedregales.

También había unos pinos de corteza clara y formas retorcidas (hemlocks) que enraizaban tenazmente entre las rocas con aspecto de aguantar condiciones realmente duras. Más abajo crecían otros diferentes, de troncos múltiples arracimados a partir de una misma base.

Bumpass Hell fué lo último que visitamos, tras recorrer un corto sendero. Nos pareció la zona más espectacular en esta parte del parque, más aún por el dramático contraste de aquel momento entre la blancura cegadora de las rocas y el oscuro cielo de la tormenta que se avecinaba. Las pasarelas de madera permitían ver el conjunto de pozos de barro, depósitos de azufre y estanques hirvientes de color esmeralda y vapores sulfurosos, sin "meter la pata" en alguno.




Cuando esa tarde volvimos al camping, después de la tormenta, la tienda había aguantado perfectamente. Pero nos llamó la atención la solicitud casi paternal de los rangers, que iban pasando plaza por plaza preguntando amablemente a los campistas si habían tenido problemas o sufrido algún desperfecto... Algo que no hemos visto en ningún otro país.

lunes, 16 de enero de 2012

U.S.A. 1.992: Descubriendo América


Desde el 10 de julio al 6 de octubre de 1.992, estuvimos recorriendo el Oeste de Estados Unidos en el que ha sido, hasta la fecha, el mejor viaje entre todos los que hemos realizado. ¿Por qué el mejor?, es algo difícil de concretar.

Supuso un cambio importante de escenario, de continente, incluso cultural.

"Descubrimos" una Naturaleza que en Europa se perdió hace tiempo, reducida al mínimo por la densidad de población y construcciones; enormes extensiones aún salvajes y paisajes grandiosos que, al natural, dejaban pálida cualquier fotografía o película; animales salvajes que se podían observar de cerca (a veces ¡incluso demasiado de cerca!).

Y no solamente la Naturaleza, sino las personas que fuimos encontrando por el camino: norteamericanos amables, comunicativos, amistosos, que en muchas ocasiones nos ofrecieron su ayuda espontáneamente y de forma totalmente desinteresada, o simplemente se acercaron a charlar un rato y se mostraron encantados al saber que veníamos de lejos.
Es posible que en el Este de Estados Unidos las cosas sean diferentes, no voy a discutir lo que no conozco (todavía); pero al Oeste hemos vuelto varias veces, y volvería muchas más.

También nos gustó por las facilidades para viajar, más aún porque en aquél momento el cambio dólar/peseta nos era francamente favorable.
De este modo, el coche que reservamos desde España y recogimos en el mismo aeropuerto: un Pontiac azul brillante, amplio y cómodo, con pocos kilómetros,  hubiera sido impensable alquilarlo en Europa por el precio que nos costó.
Supermercados por todas partes, bien surtidos, a veces incluso abiertos 24 horas al día.
Información: toda la necesaria y aún más; folletos turísticos y mapas gratuítos en cada Centro de Visitantes; carteles y avisos de cualquier incidencia o situación; un empleado que pasaba informando (amable y educadamente) coche por coche ante una detención momentánea causada por obras en la carretera...

En fín, por todas estas razones y otras cuantas que iré apuntando en su momento, este primer viaje a Estado Unidos fué especial y guardamos de él un recuerdo entrañable. Y ahora paso a contar un poco de lo que vimos e hicimos por allí.

Aterrizamos en San Francisco, California, con un calor húmedo y nubes oscuras viajando por un cielo azul. Rellenamos un par de impresos, abandonamos un par de piezas de fruta sobrantes en la Aduana y sin más trámites salimos al exterior. Un autobús de Avis nos trasladó hasta las oficinas, en otro edificio, y en poco tiempo nos poníamos en marcha conduciendo un flamante Pontiac Sunbird, de cambio automático, que aunque no era complicado nos dio alguna que otra sorpresa.




Empleamos un par de días en reponernos del viaje y adaptarnos al nuevo horario. Aprovechamos el tiempo dando una vuelta por San Francisco, que nos pareció una ciudad agradable y curiosa: miles de casitas bajas de madera extendiéndose sobre las colinas y un centro de rascacielos junto a la bahía, Chinatown y sus tiendas de extraños artículos, los puestos de mariscos y la animación vespertina de Fisherman´s Wharf, la inconfundible estructura del Golden Gate atravesando la bahía, y los tranvías descendiendo por las calles en cuesta con algunos pasajeros colgados del estribo...




También nos acercamos hasta la Reserva Nacional de Punta Reyes, para ver sus acantilados poblados por focas, pelícanos pardos, cormoranes, alcas y gaviotas.




Y exploramos los alrededores intentando echar un vistazo a la Falla de San Andrés, pero aunque seguramente pasamos en algún momento por encima sólo conseguimos ver terrenos ondulados cubiertos de pastos y encinas. Unas semanas antes de nuestra llegada, dos terremotos de grado 7 habían sacudido aquel tranquilo paisaje de California; y resultaba difícil imaginar que por debajo existiera tanta tensión acumulándose a través del tiempo, milímetro a milímetro, capaz de destruir en pocos segundos un cuadro tan bucólico.




Por fin descansados, aclimatados, y equipados con casi todo lo necesario para acampar con cierta comodidad, emprendimos ruta hacia el Norte. En nuestros planes entraban, principalmente, los Parques Nacionales; pero también cualquier otro punto de interés especial: reservas, parques y monumentos naturales, tan abundantes en aquélla privilegiada geografía.

No quedamos defraudados...

sábado, 7 de enero de 2012

1986 a 1992: Empezando por Europa...

    
Marruecos fué sólo el punto de partida.

En 1.986, Suiza nos impresionó por sus maravillosos paisajes alpinos. Acampamos a los pies del Eiger, de trágica historia; subimos por las faldas del "maravilloso montón de piedras", como alguien calificó al Cervino, hasta el refugio de la arista Hörnli (pero nada más que hasta allí); nos acercamos hasta el majestuoso glaciar de Aletch, el más largo de Europa; y quedamos ensordecidos por el torrente de agua que había labrado su cauce subterráneo a través de las rocas en el Trümmelbachfälle. La vuelta, por Francia: Chamonix, de ambiente turístico a la vez que montañero; desde el mirador de la Aiguille de Midi, 360 º de montañas y glaciares formando un gigantesco y espectacular escenario.


Aiguille de Midi, Chamonix, Francia y monte Cervino/Matterhörn, Suiza


Esas Navidades volvimos a Marruecos; aunque esta vez quisimos dejar el coche en casa y, mochila a la espalda, probar a movernos en aquellos inefables autobuses públicos. Empezamos con un intento de robo en Melilla; claro que ¡hasta los policías de la frontera se quejaban de haber sido desvalijados!. Los autobuses fueron toda una experiencia "social" y hubo anécdotas divertidas; pero también resultaban fatigosos, muy limitados para alcanzar otra cosa que pueblos y ciudades, y se necesitaba una gran paciencia.

En 1.987 hicimos un largo viaje hasta el Cabo Norte, en Noruega, que resultó aún mejor de lo imaginado. Era primavera y gran parte de Laponia permanecía bajo su capa de hielo y nieve. Lagos helados, monumentales iglesias antiguas de madera, los imponentes fiordos, y el sol de medianoche... En otro momento tendré que volver sobre ello porque también tuvo sus anécdotas graciosas, como cuando tuvimos que salir corriendo perseguidos... ¡por un urogallo!, demasiado celoso de su territorio.


Cruce del Círculo Polar Artico en Noruega


En noviembre decidimos volver a coger las mochilas, pero esta vez para recorrer algunas de las Islas Canarias. Fue un mes especialmente lluvioso y nos mojamos muchas veces; pero acampamos en preciosos lugares donde hoy día no está permitido ni pisar, visitamos rincones inaccesibles a cualquier vehículo, y encontramos gente muy amable por todas partes. Y nunca se me olvidará aquella mañana en que me desperté y abrí la tienda creyéndome todavía en la solitaria playa del Papagayo en la que habíamos acampado por la noche... para encontrarme con que estábamos totalmente rodeados ¡de nudistas tomando el sol!. En fin...


Parque Nacional Timanfaya, Lanzarote, Islas Canarias


En 1.988 cambiamos de vehículo: del Renault 5 a una furgoneta Nissan Vanette, que acondicionamos muy artesanalmente con unos muebles sencillos; un cambio significativo en comodidad y posibilidades, porque al fin podíamos movernos sin la necesidad de estar dando vueltas hasta encontrar dónde plantar la tienda. Con ella fuimos al Norte de Italia. Recorrimos algunas de sus interesantes ciudades, llenas de todos esos edificios y monumentos estudiados en los libros de Arte e Historia, y también descubrimos los magníficos paisajes de los Dolomitas.


Canales de Venecia, Italia


En 1.989 estuvimos haciendo un recorrido por el Sur de Francia. En realidad, raro ha sido el año que no hemos visitado a nuestros vecinos del Norte; no solamente por su cercanía y por las facilidades de ese país para viajar como a nosotros nos gusta, sino porque siempre encontramos nuevos lugares interesantes.


Parque Nacional Mercantour, Francia


Y en Navidades, una tercera y última vez a Marruecos.


Cementerio en Salé, Marruecos


1.990 nos llevó de nuevo a los Alpes de Suiza, Alemania y Austria. Además de algunas ciudades preciosas e impecables, casas de fachadas decoradas, el sorprendente castillo de Neuschwanstein, München, Salzburgo, gargantas y cuevas en el macizo del Dachstein, y un sinfín de lugares interesantes... es la única vez que, para conseguir gasolina (con el depósito vacío y en medio del bosque), hemos tenido que cruzar un lago en barco para alcanzar la gasolinera más próxima.


Fachada en Lindau, Alemania y acantilados del Cabo San Vicente, Portugal


Esas Navidades conocimos el Algarve portugués y sus costas de acantilados.

1.991 fué el año de Islandia: un país diferente a todos los anteriores. Desde los extraños campos de lava a las fuentes de aguas termales, los volcanes de colores y las caudalosas cascadas, pozos de barro burbujeantes, geisers... Un mundo de oscuridad y de increíbles colores y texturas, la negrura del Hekla y los sorprendentes verdes y rojos de Landmannalaugar, o la maravillosa devastación de Krafla... Todo, alrededor de un corazón de hielo: el Vatnajökul. También merece su propio relato.


Por las pistas del Sur de Islandia


Tampoco estábamos ociosos entre cada uno de estos viajes, pues cada vez que teníamos ocasión aprovechábamos para hacer escapadas más o menos largas por todos los rincones de nuestra España, que tampoco se queda atrás en cuanto a paisajes y rincones interesantes. Desde Galicia hasta Almería y desde los Pirineos hasta Cádiz, nuestro país es uno de los más variados y tenemos un poco de todo: montañas y playas, barrancos y bosques, desiertos y praderas, una arquitectura tradicional diferente en cada región, castillos, catedrales, museos, plazas... la pena es lo poco que hemos cuidado todo este patrimonio natural y arquitectónico, lo mucho que hemos dejado perder.

Pero a lo que iba. Entre 1.986 y 1.992 empleamos todo nuestro tiempo libre en conocer España y  Europa, pero hacía tiempo que soñábamos con llegar a la otra orilla del Atlántico. Y por fin, en 1.992, llegó nuestra oportunidad de convertir el sueño en realidad: todos los obstáculos que habían cerrado el camino hasta entonces desaparecieron a la vez y no dudamos en lanzarnos por él a nuestro particular "descubrimiento de América" como hiciera Colón quinientos años antes...