lunes, 28 de noviembre de 2011

1.985 Marruecos (2): Fez en su laberinto


Era domingo, 22 de diciembre. Mientras en España resonaban las monótonas letanías del sorteo de la lotería, nosotros nos sumergíamos en el trasiego de Fez.

Capital espiritual y cultural de Marruecos, y una de las cuatro ciudades imperiales del país, Fez es un conglomerado urbano que se extiende sobre un terreno ondulado. Su importante universidad atrae a gran cantidad de estudiantes musulmanes, además de ser la tercera ciudad después de Casablanca y Rabat. Y sí, efectivamente de aquí viene el nombre de esos gorritos cilíndricos de color rojo con una coletilla de flecos oscuros que se ha extendido por tantos países musulmanes.




A poco de comenzar el paseo, lo primero que nos llamó la atención fué el Palacio Real, una imponente construcción que destaca como una isla deslumbrante entre todo lo que le rodea. No se puede visitar, ya que está destinado exclusivamente para uso y disfrute del rey, y su magnífico aislamiento queda aún más patente por la amplísima explanada que contrasta, y mucho, con el apiñamiento urbano que lo rodea. Nos acercamos para tomar unas fotos y admirar las magníficas puertas recubiertas de bronce dorado; la fachada parece un auténtico encaje de arabescos.

Pero lo que realmente nos ha traído a Fez es la posibilidad de recorrer el barrio viejo: Fes el-Bali. La antígua medina es un lugar sorprendente y abigarrado, uno de los mayores emplazamientos medievales que todavía existen y, según parece, ¡la zona urbana peatonal más extensa del mundo!. En el interior de sus viejas murallas almenadas se encierra un verdadero laberinto de viviendas populares, residencias, fuentes, palacios, madrazas, mezquitas y comercios; gentes variopintas, con ropa occidental o tradicional, compradores, paseantes, turistas, comerciantes, motoristas y recuas de borriquillos completan el cuadro.




Lo difícil es visitarla sin ser contínuamente acosado por una turba, siempre hombres, con la idea fija de hacer de guía y de paso conducirte a los comercios donde llevan comisión. A pesar de toda nuestra resistencia hemos terminado por dejarnos acompañar por un chaval, Abdul, por ser la única manera de que los demás se esfumen y poder emprender el paseo. Al cabo de un rato hemos podido también despachar a éste, entregándole los 15 dirham pactados, y empezar a disfrutar del espectáculo a nuestro ritmo.

¿Cómo describir la medina de Fez?, me ha quedado en la retina una serie de instantáneas más que una película contínua:




Calles estrechas flanqueadas de comercios pegados uno al otro, con las mercancías (alfombras, cerámicas, babuchas de cuero, cacharros de latón, vestidos, especias...) colgando de las fachadas. Tejadillos salientes y sombrajos de cañas que pintan sombras en el suelo. Minaretes que se destacan contra el cielo por encima de las casas. Arcos encalados y pasadizos que se abren a otras callejas laterales donde los comercios son cada vez más escasos hasta desaparecer del todo.

Recovecos que desembocan en rincones con un par de puertas, donde es necesario dar la vuelta porque no tienen salida. El martilleo contínuo del artesano que decora las bandejas de latón dorado, más insistente al paso del turista. Un cuchitril donde el tornero se ayuda con el pie para girar rápidamente el torno, mientras con las manos maneja las herramientas que dan forma a la madera.

Mujeres con largos vestidos y extraños tocados que solamente dejan ver los ojos. Hombres con chilaba y gorritos de punto, descalzándose para entrar en la mezquita. Un motorista que se abre camino sorteando a los transeúntes. Recuas de pequeños burros cargados con fardos, que aparecen trotando sin previo aviso y te llevan puesto si no andas listo en apartarte de su camino. Olores de cuero y especias, de pinchos humeando sobre los artesanales hornillos de brasas.



En uno de estos fonduchos callejeros hemos parado para comprar keftas: esas pequeñas salchichas especiadas de maravilloso aroma y mejor sabor, realmente deliciosos, con el sabroso pan que hacen por estas tierras. La "barbacoa" es de lo más sencillo: un pequeño hornillo rectangular de barro con brasas en su interior, sobre el cual se colocan las varillas metálicas en que están ensartadas las salchichas o los trocitos de carne de cordero; para avivar las brasas, el vaivén apresurado de un cartón es suficiente; y en pocos minutos listo para disfrutarlo.

Luego nos sentamos en una terraza a tomar un té con menta, la bebida nacional. Se sirve en pequeños vasos de cristal con una forma particular: tienen un contorno más saliente en la parte superior con el fin de poder cogerlo sin escaldarse los dedos, porque se toma muy caliente. Las hojas de menta fresca se depositan en el vaso y sobre ellas se vierte el té, que al momento queda impregnado de este nuevo aroma.

Después de dar vueltas y vueltas por el laberinto de callejuelas, salimos por otra puerta para dar un paseo por el cementerio adyacente que, como es costumbre aquí, no tiene ni vallas ni separación alguna de su entorno y forma parte integrante del paisaje. Las tumbas están adornadas con sencillas lápidas, unas recubiertas de azulejos y otras talladas más artísticamente en piedra con caracteres árabes.

Cuando pensamos en irnos volviendo hacia el camping ya está anocheciendo. Como habíamos salido de la medina al cementerio por una puerta diferente a la que entramos por la mañana, nos toca ahora dar una gran vuelta hasta encontrar de nuevo calles conocidas. Aún así nos perdemos y tardamos un buen rato en encontrar el camping. Para entonces las calles, tan llenas de gente por el día, se han quedado vacías: son las 22 hs. y no hay movimiento, aquí la gente trasnocha poco. Claro que las opciones son escasas: sentarse en una terraza y pasar el rato charlando delante de un té o un café; pasear; ver una película, inevitablemente violenta, en el único cine existente; o saborear un pastel en una de las abundantes "pattisseries" que continúan abiertas a esta hora.

Llegamos al camping y por fín a la tienda: hogar dulce hogar...