viernes, 17 de junio de 2016

Japón 2014. Isla Miyajima (2)


Como os adelantaba en la entrada anterior, hoy volvemos a visitar la isla Miyajima, ya que nos ha parecido un derroche perdernos lo que aún nos falta por ver.

Lo primero que hacemos al llegar es dirigir nuestros pasos hacia el templo Daisho-in, uno de los más interesantes y completos que hemos visto (hasta ahora) en Japón.

Curiosamente parece ser poco visitado, ya que la inmensa mayoría de turistas tiene el templo de Itsukushima como objetivo principal y no se molesta en subir un poco más para descubrir este otro, que a nuestro parecer tiene bastante más cosas que ver. Pero en fin, cada cual tiene sus objetivos y así nuestra visita ha sido mucho más tranquila, disfrutando de la maravillosa serenidad del lugar y su precioso entorno prácticamente solos, ¡un auténtico lujo en Japón!.


El templo Daisho-in es de credo budista zen; pertenece a la escuela Shingon, una rama del budismo también practicada en India y el Tíbet. "Las enseñanzas del shingon están basadas en el Maja-vairóchana-sutra y el Vashra-sékhara-sutra. El budismo tántrico se centra en los rituales y los procesos meditativos que conducen a la iluminación. Según el shingon, la iluminación no es una realidad distante y lejana que puede tardar eones en alcanzarse, sino nuestro derecho de nacimiento, una posibilidad real a lo largo de esta vida. Con la ayuda de un auténtico maestro y a través de un entrenamiento correcto del cuerpo, el habla y la mente, podemos reclamar y liberar esta capacidad iluminada para nuestro bien y para el bien de los demás." (Wikipedia).


Dejando atrás las últimas casas del pueblo, por un camino escalonado en las boscosas faldas del monte Misen, lo primero que encontramos a la entrada es un gran pórtico de madera, con los guardianes Kongōrikishi o Niō, acompañantes y protectores de Buda, siempre presentes en los templos budistas.


A continuación toca subir una larga escalera, en cuya barandilla se alinean una serie de cilindros dorados, llamados Dai-hannyakyo Sutra. No son un simple adorno; contienen "sutras", escrituras sagradas, y la tradición aconseja hacerlos girar al paso para atraer la fortuna. Bien, pues por nosotros no ha de quedar, que un poco de suerte nunca está de más...


Un desvío lateral atraviesa el sombreado jardín donde se alinean cientos de figurillas de piedra. Cada una está tocada con un gorrito de lana tejida, algunos tienen bufandas o baberos, pequeñas ofrendas y monedas. Se tiene la sensación de haber entrado en un bosque de cuento...


Se trata de estatuas Jizo, y representan al bodhisattva Jizo Bosatsu, muy querido en Japón, en su aspecto de protector de los niños y la maternidad. Son ofrendados por padres agradecidos al bodhisattva por haber conseguido que su hijo se haya curado de una grave enfermedad, pero también por los que lloran la muerte de los hijos que nunca llegaron a nacer o murieron en edades muy tempranas.


El recinto del templo es alargado, ocupando un espacio aterrazado por encima del arroyo que baja de la montaña. Como el valle en esta zona es estrecho y abrupto, los pabellones se distribuyen en diferentes alturas unidas por escaleras; todos son de madera, con grandes tejados de tejas grises y enormes aleros, y en su interior se repiten los altares, figuras y objetos de culto propios del budismo.



No es mi intención hacer una descripción detallada (y tediosa) de las muchas imágenes, esculturas, cacharritos, ofrendas y demás que encierra este templo, pero hay algunas curiosidades que nos han llamado especialmente la atención.


Esta figura de larga nariz, con alas en la espalda y un abanico de plumas en la mano, es el Tengu. En el folcklore japonés se trata de un ser que posee poderes sobrenaturales. Es un personaje bastante polifacético y con una historia complicada, temido como demonio en la antigüedad y convertido posteriormente en un espíritu protector de las montañas y bosques.


Daruma es una de las figuras más llamativas que se ven por aquí. ¿Quién será este personaje representado solamente por una roja cabeza de ojos saltones? Más tarde nos enteramos de que representa a Bodhidharma, el fundador y primer patriarca del Zen. La leyenda cuenta que pasó tantos años meditando en una cueva, sin utilizar brazos ni piernas, que perdió ambos por falta de uso. A pesar de ello, Bodhidharma fue capaz de permanecer en posición vertical, y eso le convirtió en símbolo de la fuerza interior. Popularmente se trata de una figura que trae buena suerte y riqueza.

" El muñeco tiene una cara con bigote y barba pero sus ojos son blancos del todo. Los ojos del daruma se utilizan como recordatorio y motivación para cumplir metas o grandes tareas. El dueño del muñeco pinta una pupila redonda (usualmente del ojo derecho) al establecer su meta; cuando esta se ha cumplido se procede a pintar el otro ojo. Un daruma con una sola pupila suele colocarse donde éste sea visible, a manera de constante recordatorio del trabajo que debe hacerse para lograr el objetivo." (Wikipedia)


Otro personaje dispuesto a escuchar peticiones y repartir favores a cambio de un pequeño óbolo. No acabo de encontrar su nombre, pero su función resulta bastante evidente, ¿verdad?.


En Kannon-do, uno de los dos pabellones principales del templo, se puede ver este enorme y vistoso mandala realizado por sacerdotes budistas de Nepal con arenas de colores, un arte en el cual son especialistas.


Curiosa también es la función de esta estela de piedra. Nunca adivinaríais de qué se trata, pero éste Monumento Hōchōzuka está dedicado al "padre de la cocina japonesa": Chunagon Yamakage; fundador de la escuela Shijō de chefs, que enseña el arte de hacer sushi y es conocida por sus elaborados rituales con los cuchillos. Cada 8 de Marzo, delante de este monumento, tiene lugar una ceremonia para dar gracias a los viejos cuchillos de cocina desechados...


Finalmente, para no hacer interminable esta entrada, en la cueva Henjokutsu se puede ver esta espectacular capilla subterránea con el techo cubierto de linternas encendidas. En ella se guardan la arena y los principales iconos budistas de los ochenta y ocho templos de la ruta de peregrinación de Shikoku. De forma similar a las "indulgencias" de la religión católica, orar en esta capilla otorga a los fieles las mismas bendiciones que hubieran obtenido haciendo la peregrinación a todos los templos de la ruta.


Ya de vuelta, nos acercamos hasta la pagoda Tahoto, semioculta por la frondosidad del bosque, curiosa por su combinación única de formas: cuadrada en el nivel inferior y redonda en el nivel superior. Es de estilo japonés, pero mezcla también formas de la arquitectura china.

Comemos luego unas ricas tapas en la terraza de un restaurante cercano a la orilla del mar. Los ciervos continúan su tranquilo deambular por todo el lugar, tumbándose para descansar a la sombra, aunque otros prefieren refrescarse con un baño.


Después de echar otro vistazo a la pagoda de cinco pisos y al templo más antiguo del lugar, todavía es temprano. Decidimos acercarnos en tren hasta Iwakuni, y desde la estación un autobús nos lleva a la zona en donde se encuentra la mayor atracción del lugar: el puente Kintai (Kintaikyo), que aún queda bastante lejos.


Es una magnífica obra de ingeniería en madera, con cinco grandes arcos que cruzan el río Nishiki. Hay una taquilla, porque se paga entrada para cruzarlo, pero como es tarde ya no hay nadie y pasamos libremente; nos sorprende encontrar, entre los varios botones de idiomas para escuchar una explicación grabada, uno en español, que aprovechamos para enterarnos de su historia.

También nos acercamos hasta la otra orilla, boscosa, donde se alza el monte Yokoyama; hay un castillo en lo alto y parece un lugar muy agradable para pasear; pero queda poco tiempo de luz y nos conformamos con dar una vuelta por el parque Kikko, buscando sin resultado el lugar donde puedan estar las serpientes blancas.

Nos toca esperar un buen rato a que pase el siguiente autobús para volver a la estación de tren; después de preguntar a unos amables japoneses que también esperan el autobús, pero en la dirección contraria. La vuelta a Hiroshima, en el tren, sin novedad.

Y con esto me despido de vosotros por esta temporada. Llega el verano y es momento de explorar otros lugares, hacer fotos, descansar... Todavía me quedan por contaros muchas cosas de otros lugares tan interesantes como los que he venido subiendo hasta ahora: el magnífico conjunto de Nara, los castillos de Himeji y Matsumoto, el viejo Takayama y sus destilerías de sake, el santuario de Ise, el gran Buda de Kamakura, el espectacular santuario Toshogu de Nikko, y mucho más de Kioto y Tokio. Todo llegará, espero; de momento os deseo unas estupendas vacaciones llenas de buenas experiencias. Hasta la próxima.

miércoles, 15 de junio de 2016

Japón 2014. Isla Miyajima (1)


La Isla Miyajima se encuentra a 50 km de Hiroshima, y es fácil llegar a ella mediante una combinación de tren y ferry. Aunque su nombre oficial sea isla Itsukushima, se la conoce popularmente como Miyajima (isla del santuario), y ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad. Aparte de todo estas consideraciones, debo deciros que es uno de los lugares que más nos ha gustado de este viaje; y como un sólo día se nos hizo corto para todo lo que tenía que ver, volvimos también al siguiente para seguir disfrutando de sus templos y paisajes.


El tren nos deja cerca del puerto de embarque, y el ferry sólo ha tardado 10 minutos en alcanzar la otra orilla.


Nada más desembarcar ya nos esperan los primeros ciervos, que se pasean libremente por las calles, se tumban a rumiar junto a los árboles o a la orilla del canal de agua. Este parecía estar seleccionando el menú en la puerta del restaurante... :-)


Comprobamos que muchos japoneses parecen tenerles miedo, influidos quizás por los carteles de advertencia, y salen corriendo espantados cuando algún ciervo se les acerca con aire inquisitivo, ¡el mundo al revés!.


A los ciervos les encanta el papel, así que hay que mantener guías y mapas bien lejos de su alcance si no quieres quedarte sin ellos; y no digamos la comida... Gracias a ello se ven escenas divertidas cuando algún ciervo se acerca por detrás de alguien sentado y desprevenido, sobre todo cuando mete el hocico en el bolso o la merienda del incauto. También les hemos visto comerse con deleite las hojas de una guía de viaje después de hurgar en las alforjas de un bicicleta descuidada, así que no os dejéis embaucar por esa cara de no haber roto un plato y ¡mucho ojo con vuestras pertenencias!.


El centro de la isla se eleva en una cadena de montañas cubiertas de bosque, siendo el monte Misen la mayor altura con sus 530 metros. El pueblo es pequeño, con abundantes restaurantes y tiendas de recuerdos; entre las compras más populares están las galletas o pastas, rellenas con crema de diferentes sabores.


Por la mañana se puede ver su fabricación a través de los grandes ventanales acristalados de las tahonas; la "cadena de montaje" avanza mientras el aire se llena de apetitosos aromas de pastelería.


A lo largo de la orilla del mar hay un paseo, flanqueado por linternas de piedra, que lleva en diez minutos hasta uno de los templos más visitados: el Santuario de Itsukushima.


Es sintoísta, y tiene la particularidad de estar construido sobre el agua por estar dedicado a la deidad del mar. Consta de varios edificios, entre los que destacan el salón principal Honden, el oratorio Haiden y el salón de las ofrendas Heiden; también hay dos pasillos que unen los edificios secundarios con la parte central del santuario. Todo está construido sobre pilotes, porque la marea alta inunda el lugar.



Al recinto del santuario, aunque separado de él, pertenece también el enorme y vistoso Otorii, una de las imágenes más fotografiadas de Japón; ha sido reconstruido varias veces, y el actual data de 1875.
Es una impresionante estructura de 16 metros de altura, construida con madera de alcanforero por ser ésta muy resistente a la descomposición y a los insectos. Al simbolizar la frontera entre el mundo de los espíritus y el mundo humano está pintado de color bermellón que, de acuerdo con las creencias japonesas, mantiene alejados a los malos espíritus.


Este Otorii tiene una curiosa particularidad: aunque sus pilares parecen estar empotrados en el terreno, en realidad se sostiene sobre la arena por su propio peso; varias toneladas de piedras situadas bajo los pilares contribuyen a su estabilidad.


Con la marea baja se puede llegar andando hasta su base; cuando la marea sube el Otorii queda aislado en medio del agua, destacando su color naranja contra el azul del mar y el verde del bosque de forma muy vistosa.

Otros templos y pagodas salpican el lugar, y un teleférico sube hasta lo alto del monte Misen. Allá nos dirigimos, a través del frondoso Parque Momijidani, aunque primero hay que remontar andando la cuesta boscosa hasta alcanzar la estación; el calor y la humedad nos hacen sudar bastante, ¡no quiero ni pensar cómo será hacer esto en verano!.


Cuando el teleférico nos eleva sobre el bosque las vistas se hacen amplias. A medio camino hay un cambio de cabina en la estación de Kayadani, para hacer el tramo final hasta la estación de Shishiiwa. En poco tiempo llegamos arriba; hay un mirador y buenas vistas sobre la bahía.


Para alcanzar la cima del monte hay que descender un buen trecho y volver a subir por un sendero escalonado y muy fatigoso; allí mismo nos cruzamos con una anciana pequeña y encorvada, que baja sostenida por los que seguramente sean sus nietos.


En una pequeña explanada, al pie del afloramiento rocoso de la cima, se encuentra un conjunto de templos relacionados con Kobo Daishi, monje budista fundador de la secta Shingon.


El más importante es el Kiezu-no Reikado o Salón de la Llama Espiritual; en su interior arde la llama que, según la creencia, fue la que ilumino a Kobo Daishi; ha estado ardiendo durante 1.160 años desde entonces. La Llama de la Paz, en el Parque de la Paz de Hiroshima, proviene de este mismo fuego.


Una nube de humo sale del interior del pabellón; nos asomamos a la entrada, para ver un gran caldero colgado sobre el fuego, y una imagen al fondo, bien negra y cubierta de hollín. El fuego parece algo mortecino, pero un monje se ha encargado de avivar las brasas, consiguiendo una buena llama que crepita ahora en la oscuridad.


En la explanada hay otros pabellones: Dainichi-do está dedicado a dos dioses: el del sol y el del fuego.


Sanki-do, situado algo más arriba y ahora cerrado, está dedicado a tres dioses guardianes.



Toca bajar, y hemos elegido hacerlo andando para ver el bosque; el camino tiene unos 500 metros de desnivel, y en su mayor parte desciende escalonado. Hacia el final cruzamos un barranco donde han construido un enorme parapeto de piedras; aquí llueve y nieva, y con esta inclinación las avalanchas deben de ser temibles.


Hacia abajo, desde el camino, tenemos una vista panorámica del pueblo y la bahía.



Al alcanzar la entrada del valle avistamos el templo más bonito e interesante de la isla: el Daisho-in, de la secta Shingon, perteneciente al budismo zen. Pasamos largo rato explorando sus muchos rincones y pabellones, pero cierran a las 5 pm y todavía nos quedan muchas cosas por ver cuando toca salir. Así que mañana pasaremos aquí otro buen rato; le dedicaré la siguiente entrada.


Las últimas horas de la tarde las pasamos deambulando por el paseo marítimo, intentando tomar la mejor foto del Otorii mientras el sol va hacia el ocaso. No es tan fácil, ya que hay también cantidad de gente con la misma idea y de vez en cuando una figura inoportuna aparece en el visor en el momento preciso... Pero la tarde es larga y da tiempo a todo.


Lo más gracioso de la tarde ha sido el ciervo que quería participar en la merienda, con botella de champán incluida (francés, sure), de una pareja de franceses que ocupaban un banco y andaban distraídos con las vistas. La mujer, sin decidirse a tocar al ciervo para apartarlo de allí, clamaba a su marido: "la bouteille, oh, la bouteille!".

En el ferry de vuelta coincidimos con dos jóvenes madrileñas, con las que pasamos de charla el trayecto de vuelta hasta la estación de Hiroshima. Mañana volveremos a Miyajima para ver lo que nos ha faltado...

jueves, 9 de junio de 2016

Japón 2014. Hiroshima


Tan sólo dos horas ha tardado el tren Sakura en cubrir la distancia entre Kumamoto e Hiroshima. Hoy llueve; así que sacamos los paragüas y, con las maletas a remolque, nos encaminamos al hotel Urbain Central Hiroshima. Gracias a las cuatro ruedas de las maletas, y a lo nivelado de aceras y pasos, no ha sido demasiado incómodo.

Esta habitación es la más pequeña que hemos tenido hasta ahora; al principio resulta bastante claustrofóbica, ya que ni siquiera hay espacio para colocar las maletas bajo la cama; sin embargo es limpia y todo está en perfecto estado, hay cantidad de accesorios a disposición de los clientes, y cuando conseguimos acoplar todo de la mejor manera posible empezamos a estar más a gusto.

Al día siguiente el tiempo ha cambiado; luce el sol y hace mucho calor. Pasamos la mañana visitando la zona más relacionada con el bombardeo de Hiroshima del 6 de agosto de 1945; multitudes, especialmente colegios, visitan estos lugares hoy.


La cúpula de la Bomba Atómica (Genbaku) es el edificio más próximo al epicentro de la explosión que quedó en pie tras el bombardeo; se ha conservado como recuerdo y testimonio en contra de las armas nucleares y actualmente es Patrimonio de la Humanidad. En la otra orilla del río Ota hay un gran espacio verde: el parque Heiwakinen, donde se ubican otros monumentos.


Una riada de colegiales de varios centros van y vienen por todas partes. Frente al Monumento de la Paz de los Niños los grupos se van turnando para cantar emotivas canciones, dejando luego su ofrenda de "mil grullas de papel" en recuerdo de Sadako, la niña que enfermó de leucemia a causa de la radiactividad sin conseguir terminar las mil grullas de origami con las que pensaba salvarse de la muerte.



Es costumbre hacer sonar esta Campana de la Paz, una manera de expresar el deseo de una paz mundial; cualquiera puede hacerlo, solamente hay que guardar el turno.


El Cenotafio Conmemorativo se inauguró en 1952, en el 7º aniversario de la caída de la bomba atómica.


Es una gran urna de piedra, protegida bajo un arco, que contiene los nombres de las personas, sin distinción de nacionalidad, que murieron a causa de la bomba; bueno, no de todos en realidad, solamente los de aquéllos cuyos familiares quedaron vivos para registrar su fallecimiento. La inscripción tallada en el cenotafio: "descansad en paz; el error jamás se repetirá", expresa un conmovedor convencimiento de que la Humanidad no será tan loca como para repetir tal holocausto...


El Museo de la Paz es más grande que el de Nagasaki y tiene bastante más contenido; apunto que tiene wifi abierto y gratis. La impresión que nos causó ver lo que encierra el museo queda reflejada en esta entrada que escribí poco después: Creadores de sombras Si estáis interesados podéis leerlo pinchando el enlace. 


Tras la visita damos una vuelta por las calles cercanas. En una galería comercial subterránea hemos tomado unos ricos batidos de fruta preparados en el momento, pues ya es la hora de la merienda y no hemos comido; describir el lugar como "galería subterránea" puede inducir a error, sugiriendo un lugar muy diferente a ese enorme complejo poblado de cafeterías, comercios, y con entrada a los grandes almacenes Sogo.

La planta baja de Sogo es todo un descubrimiento: tiene un tentador surtido de dulces con un aspecto de lo más apetitoso, delicatessen diversos, y puestos con cuidadas exposiciones de alimentos desde frutas a carne y pescado. Felizmente también hay comida preparada para llevar; pollo frito, boquerones también fritos y regados con una rica salsa, sandía, tomates cherry... ¡y pan!. Hoy cenaremos como reyes.


En la planta alta, además de varios restaurantes con esos escaparates llenos de reproducciones realistas de los platos que ofrecen, hay conexión abierta a Internet; lo aprovecho un rato, ya que el del hotel no funciona.


También me ha llamado la atención la sección dedicada a las mascotas; especialmente los trajecitos diseñados para ellas, que bien podrían servir para cualquier bebé...


Por último una pequeña información gastronómica. La especialidad de Hiroshima es el Okonomiyaki; una especie de pizza que combina fideos con vegetales y otros ingredientes a elegir, con una fina oblea de pan de pita por encima y otra por debajo; se cocina a la plancha, y en muchos restaurantes es el propio cliente quien se lo guisa antes de comérselo. Lo hemos probado en un pequeño restaurante, aunque en este caso el cocinero-camarero ha sido el encargado de la preparación, ¡menos mal!. Está bueno y llena cantidad; quizás para la próxima vez sea mejor pedir uno para los dos...