martes, 7 de junio de 2016

Japón 2014. Monte Aso


Hoy nos proponemos visitar el Monte Aso, un supervolcán con una de las calderas más grandes del mundo: ¡tiene 128 kilómetros de circunferencia!. En realidad, más que la caldera en su totalidad, se aprecian los conos volcánicos que hay en su enorme interior; el más activo de todos ellos es el Naka-dake (1.506 metros de altura), el único en Japón al que es posible acceder para ver el humeante cráter en primer plano, justamente lo que queremos.

Paisaje rural, montes y bosques aparecen a la vista mientras el tren remonta la pendiente;al principio del trayecto el maquinista ha cambiado de cabina un par de veces, porque la vía hace un zig zag para salvar el fuerte desnivel. Breve parada en la estación de Akamizu; el cielo está cubierto de nubes y hace viento. A medida que nos vamos acercando a nuestro destino: la estación ferroviaria de Aso, se van perfilando los conos volcánicos que forman el corazón del macizo. Aquél del fondo, coronado por un penacho humeante, es el Naka-dake.


Un primer autobús (650 yen, sólo ida) nos sube desde la estación de Aso a la del teleférico... que hoy está cerrado; esto sucede cuando el viento arrastra los gases sulfurosos o hay mucha niebla. Junto a la estación del teleférico hay un pequeño templo, y lo que parece una tumba coronada por esta escultura.


Así que hemos hecho esta última etapa en un microbús (1.200 yen, ida y vuelta). Resulta un poco caro llegar hasta aquí; pero es cierto que merece la pena, pues la vista es realmente espectacular: un primer plano en directo de la abrupta caldera del Naka-dake, el único activo de los cinco cráteres que hay dentro de esta enorme caldera del monte Aso.


Una vez arriba, nos llama la atención encontrar una hilera de pequeños búnkers de hormigón; están allí para servir de refugio a los visitantes en caso de una pequeña erupción, cuando las rocas vomitadas por el volcán vuelan por los aires.


En algún cartel se avisa de que el acceso al cráter está prohibido en caso de erupción violenta...¡para que luego no haya quejas por falta de información, supongo!. Una barrera marca el límite hasta el cual puede uno acercarse; suficiente para echar un buen vistazo al interior del cráter.



En el fondo, cuando el viento despeja momentáneamente parte del humo, se puede ver el azufre amarillo depositado alrededor del pozo oscuro de roca.





Hay una pasarela que permite obtener otras perspectivas; incluso es posible hacer una larga marcha alrededor del volcán... eso sí, estando muy atento a la dirección del viento, ya que los gases de dióxido de azufre que emite son venenosos.



Hemos pasado un buen rato contemplando el espectáculo, y una animada pareja de jóvenes de Hong Kong nos ha tomado unas fotos juntos, de recuerdo. Pero hace un día muy desapacible y el viento sopla frío, así que al cabo de un buen rato vamos pensando ya en bajar.


De nuevo en la estación del teleférico, todavía nos toca esperar un rato al siguiente autobús; mientras tanto hemos comprado unas galletas saladas muy ricas, ya que la hora de comer, como nos sucede tan a menudo, va quedando atrás.

Ya de vuelta en Kumamoto, comemos en el mismo restaurante de la plaza de la estación que ya probamos el otro día y nos gustó. Empleamos el resto de la tarde en acercarnos andando hasta el castillo. La zona más céntrica de la ciudad, por cierto, es bastante más interesante que la del hotel; pero como hemos estado haciendo excursiones cada día por los alrededores nos la hemos perdido.


El castillo es una construcción imponente, elevada y rodeada por un gran foso con agua, en el estilo tradicional japonés. Está rodeado por un gran parque boscoso, donde también hay otras construcciones, y como va anocheciendo apenas se ve a nadie más por allí. Tomamos unas fotos desde fuera, porque ya está cerrado; con la iluminación resulta muy vistoso. Tendremos que dejar esta visita para el próximo viaje...


Nos volvemos al hotel en tranvía. Por cierto que en su interior hemos visto que hay una máquina para cambiar el dinero en monedas más pequeñas; muy conveniente, ya que el viaje se paga al salir del tranvía depositando el importe en otra máquina, el conductor no maneja el dinero (aunque te ayuda amablemente en la operación si no sabes cómo hacerlo). Y lo más sorprendente: cada viajero que abandona el vehículo es saludado cortésmente por el conductor y obsequiado con una pequeña reverencia, siempre correspondida... Pensamos, con envidia ¡qué diferente sería nuestro mundo con tan sólo la mitad de esa cortesía!.

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