miércoles, 29 de octubre de 2014

Japón 2014. Tokio: Santuario Meiji


Después de ver los altos rascacielos de las multinacionales, los grandes almacenes de Ginza y Shibuya, la ajetreada vida nocturna de Kabukicho, las grandes empresas de tecnología, y la desbordante masa de jóvenes a la última llenando los locales de moda, era difícil imaginar que un lugar como el Santuario Meiji y su magnífico bosque compartirían espacio con todo lo demás en el mismo corazón de Tokio.
Pero allí estaba: 70 hectáreas de árboles, llegados de todos los rincones de Japón cuando se construyó el santuario entre 1920 y 1926 para honrar al fallecido emperador Meiji y a su esposa la emperatriz Shoken por su importante papel en la Restauración Meiji, que supuso el cambio del feudalismo a la moderna sociedad japonesa actual.


Nada más salir de la estación de Harajuku ya podemos ver enfrente la entrada del gran espacio verde que comparten el parque Yoyogui y el santuario Meiji. Atrás queda el bullicio callejero, y a mano derecha un enorme torii de madera de ciprés señala el comienzo del lugar sagrado y del paseo que nos conducirá en pocos minutos hasta la entrada de los edificios de la zona interior del santuario (naien).



De camino encontramos dos largas estanterías con las ofrendas anuales donadas por los comerciantes de dos importantes productos: barriles de sake por un lado y barriles de vino francés por el otro.


Ya a la vista de los edificios, y antes de entrar en el recinto, la tradición sintoísta manda purificarse. Para ello existen estas fuentes provistas de cacillos; no para beber el agua sino para seguir el ritual prescrito: coger agua en el cacillo y verterla primero sobre una mano y después  sobre la otra, otro cacillo de agua para enjuagarse la boca y escupir fuera de la fuente para no contaminarla; ya estamos listos para entrar.


Detrás del torii con el cercado de madera hay un primer espacio con algunos pabellones. Es aquí donde se pueden encargar tablillas ema o espejos, donde se escriben las oraciones o peticiones del donante, que después se colgarán en los lugares previstos para ello.


También hay un amplio surtido de recuerdos, amuletos y demás. E incluso se puede consultar el horóscopo pero, si no es favorable, siempre estás a tiempo de dejar allí atado el papelito donde está escrito el malhadado oráculo para que el viento se lleve la mala fortuna...



El segundo recinto es un gran patio al que se accede atravesando una nueva puerta monumental de madera. Está rodeado de galerías cubiertas, con entradas que dan acceso a otras zonas restringidas donde se celebran las bodas según el rito sintoísta.


Por suerte estas celebraciones incluyen un desfile público de todo el cortejo nupcial, con sus coloridos trajes tradicionales, y las fotos familiares típicas; así que tenemos la suerte de asistir a esta vistosa ceremonia, que suele celebrarse los domingos, en varios momentos.



Al fondo de este patio se encuentra el pabellón principal, sin acceso al público; es allí donde rezan los sacerdotes de este solemne culto rodeados de objetos sagrados y altares; las fotos no están permitidas.



Los fieles se limitan a mirar con respeto desde el exterior, y rezan sus oraciones siguiendo un curioso ritual: lanzar una moneda en las rejillas de madera, dar una palmada para llamar al espíritu (kami) del lugar, y acabada su oración otro par de palmadas y una reverencia sirven como despedida antes de retirarse.


Son también curiosas esas cuerdas trenzadas de paja de arroz, (shimenawa), y los papeles en zig zag (shide); se usan en rituales y se tienden alrededor de los árboles considerados sagrados que tienen más de cien años y protegen los santuarios. La verdad es que los árboles eran magníficos, como podéis ver en la foto.


Después de esta incursión en la cara más tradicional y relajante de Tokio volvemos a sumergirnos en el barullo ciudadano. La cercana Takeshita dori es un buen ejemplo: una callejuela totalmente abarrotada donde, sin embargo, sigue siendo posible caminar sin choques e incluso tomar algunas fotos; una masa ordenada, por así decirlo, que se desplaza, entra y sale de los comercios de moda sin aparente caos.


 Ultima visita del día para el edificio del Gobierno Metropolitano de Tokio. En el piso 45 de una de sus altas torres gemelas está el observatorio, con amplios ventanales que permiten echar un buen vistazo al mar de edificios que se extiende hasta donde alcanza la vista.


La visita es gratuita; un ascensor nos pone rápidamente en el nivel del observatorio: un espacio amplio que comparten tiendas de recuerdos con algunas cafeterías y restaurantes.


Está bien para hacerse una idea más clara de dónde nos encontramos; he leído que en los días excepcionalmente claros se puede ver el monte Fuji, aunque no hemos tenido esa suerte.

Para cenar elegimos algo más típico: una izakaya de nombre Tengu... aunque, como está en un sótano y el cartel de la entrada solamente luce caracteres japoneses, hemos pasado unas cuantas veces por delante antes de localizarla. Ha sido una buena elección, ya que el ambiente es relajado y muy parecido al de nuestros mesones, y la comida estilo "tapas" está muy rica: pimientos fritos, gambas fritas, gyozas... Un lugar muy recomendable en el barrio de Shinjuku.

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