lunes, 15 de diciembre de 2014

Japón 2014. Kioto: Aoi Matsuri


Es 15 de mayo y en Kioto se celebra el Aoi Matsuri.

Como tantas otras celebraciones tradicionales de este tipo, su origen es antiguo y tiene que ver con desastres naturales provocados por los dioses, que cesan después de que éstos sean apaciguados y reciban las ofrendas adecuadas.
Es una historia que se repite prácticamente en cualquier parte del mundo, pero que siempre resulta curiosa por tener su propia y original manera de celebrar el acontecimiento. Contentos por tener la oportunidad de presenciar alguna manifestación de este tipo, hemos caminado esta mañana hasta la zona del Palacio Imperial.


En Kioto estos festejos del Aoi Matsuri, perdidos durante una larga época, volvieron a celebrarse con regularidad sólo a partir de 1953.
Hoy se traducen en una multitudinaria procesión: 500 personas vestidas a la manera de los dignatarios de la Corte Imperial del período Heian (794 - 1185), que caminan desde el Palacio Imperial hasta el recinto de los templos Kamo (Shimogamo y Kamigamo), para oficiar allí diversas ceremonias y rituales en honor de sus dioses.


La figura principal del cortejo es la Saio-Dai. Originalmente se trataba de una de las hermanas o hijas del emperador, elegida para oficiar como sacerdotisa en el santuario; su papel era mantener la pureza de los ritos en representación del propio emperador. En la actualidad este papel es representado por una mujer soltera de Kioto, que es transportada en un palanquín durante el recorrido.


Todos los participantes lucen las galas tradicionales de la época, pero los más vistosos sin duda son los multicolores kimonos de seda y los elegantes tocados femeninos. Como dato curioso, apuntar que el traje de las damas de la Corte Imperial consistía en varias capas de esos vestidos de seda, unos encima de otros; ¡hasta doce kimonos envuelven a la Saio-Dai!, que suponen nada menos que 30 kgs. de seda, no es extraño que tenga que desplazarse en palanquín....


Un Mensajero Imperial encabeza la procesión; su papel, una vez en el templo, es entonar las alabanzas a los dioses para solicitar su renovado favor. Detrás de él desfilan otros cortesanos a caballo; son curiosos esos estribos curvos de madera en los que se apoyan los pies.


Ayudantes, palafreneros, portadores de ofrendas y parasoles cubiertos de flores van desfilando por delante de la multitud que se ha reunido a ambos lados de la calle para verlos pasar.


Entre los pintorescos cortesanos aparecen tambien dos grandes carros tirados por bueyes, rodeados por una comitiva de personajes vestidos de blanco y gorros adornados con hojas...


...y por unas niñas con brillantes vestiduras rojas y amarillas que son las figuras más simpáticas de todo el cortejo.


De todas formas y a fuer de ser sincera, el espectáculo queda bastante deslucido por la ausencia de acompañamiento musical de algún tipo, y por el hecho sorprendente de que el tráfico continúe circulando por el otro lado de la calle.


Como ya les comenté a mis amigos en su momento, donde esté un desfile de Moros y Cristianos en Villajoyosa... En fin, supongo que otros festivales japoneses deben de tener algo más de ambiente, pero eso tendremos que comprobarlo en otro viaje.


Llegados al templo Kamigamo, después de una parada intermedia en el templo Shimogamo, el cortejo se pierde en su interior para las ceremonias religiosas mientras los visitantes pasean por el recinto, compran amuletos y recuerdos o hacen sus propias ofrendas.


En el pabellón central están representando una obra cómica y, aunque no entendemos las palabras japonesas, los gestos y movimientos son lo bastante expresivos para comprender el argumento y seguir las peripecias de los personajes en una comedia de enredo.


El último acto de las ceremonias consiste en unas carreras a caballo y el desfile de los ganadores. Mientras comienza, los puestos de comida allí instalados trabajan a destajo para atender a la abundante clientela que aguarda en fila delante de los pucheros humeantes.

El detalle sorprendente, después de ver aquella feria: ni un solo resto de papel o plástico ha quedado tirado por el suelo cuando la multitud se ha retirado del lugar. Japón es realmente algo especial...

martes, 25 de noviembre de 2014

Japón 2014: Kioto: Fushimi Inari Taisha


Kioto es una ciudad especial dentro de Japón por un par de cosas que la hacen única.

La primera es su papel como antigua capital, desde 794 a 1868. La Corte imperial, las instituciones administrativas, el poder religioso... todo tenía su sede en Kioto por entonces. La segunda, ser la única ciudad importante que se libró de los bombardeos de la II Guerra Mundial que destruyeron tantas otras joyas del patrimonio histórico japonés.

Gracias a la combinación de ambas afortunadas circunstancias, Kioto es hoy uno de los destinos más importantes de Japón para los interesados en su historia, arquitectura, arte y tradiciones. Pero también para el viajero curioso en busca de lo pintoresco, para el soñador dispuesto a perseguir fantasmas del pasado en las callejuelas de Gion o en los altares de los templos ocultos en el bosque.

Dedicamos nuestra primera visita en la ciudad al Fushimi Inari Taisha.


El santuario, sintoísta, está dedicado a Inari, espíritu del arroz y, por extensión, deidad de la riqueza y los negocios. La particular imagen de los túneles formados por cientos de torii, que seguramente habréis visto más de una vez en fotos, se deben precisamente a esto: la costumbre de que cada comerciante o artesano, pidiendo la protección de Inari para tener éxito en su actividad, hiciera donación de un torii al santuario. El nombre del donante, particular o compañía, y su dirección, aparecen grabados en muchos de ellos.


Si tenemos en cuenta que su fundación se remonta al año 711, y que actualmente la costumbre se mantiene, se comprende que unas 10.000 de estas estructuras se encuentren repartidas por todo el recinto, formando auténticos túneles que cubren los senderos que serpentean por la montaña, y como amuletos ofrecidos en los altares.


El complejo se compone del Go Honden, el santuario principal en la base del monte, y de multitud de otros altares y templetes más pequeños ocultos entre la frondosidad del bosque. La estación ferroviaria de Inari JR nos deja justo enfrente de la puerta de  Sakura.


La imagen del zorro: kitsune, mensajero de Inari, hace su primera aparición nada más cruzar la entrada. Lleva en la boca la llave que guarda el depósito del arroz, alimento básico y símbolo de la prosperidad. Vamos a ver su figura, grande o pequeña, en todos los altares que salpican el recorrido.


A ambos lados de la puerta vigilan la entrada los guardianes del templo, figuras tradicionales de guerreros armados con arco y flechas. Lo curioso es que esta vez están momentáneamente acompañados por un personaje de los modernos cómics manga tan queridos por los japoneses.


Una vez en el interior del Go Honden encontramos varios pabellones con funciones diferentes. Hay pequeños altares, y también un escenario cubierto para representaciones; impecables arquitecturas de madera de vistosos y brillantes colores.


El patio principal está rodeado por los habituales puestos de recuerdos y amuletos, y en el centro está el pabellón del santuario propiamente dicho, donde los visitantes se acercan para hacer sus ofrendas y peticiones.


Hemos tenido suerte de venir fuera de temporada, ya que en vacaciones o durante las fiestas el recinto se convierte en un hormiguero de gente; acabo de leer que durante los tres días de Año Nuevo, en 2006, 2,9 millones de personas visitaron este lugar... Ahora, en cambio, hay bastante tranquilidad.


Poco más allá comienza la subida al monte Inari, cubierto de bosque. Con este plano nos podemos hacer una idea más clara del conjunto, ya que una vez dentro es imposible tener una perspectiva para saber por dónde andamos ni lo que nos espera más allá del siguiente recodo.


El sendero que sube serpenteando a través del bosque está en gran parte cubierto por enormes torii de color naranja, uno junto a otro, a veces tan apretados que forman un auténtico túnel. Algunos están deteriorados y decolorados por el tiempo y la intemperie, pero vemos que los están pintando de nuevo.


En varios rincones el camino se abre para dar paso a otros altares. Algunos tienen un ambiente casi submarino, teñidos por la penumbra verdosa que reina bajo los árboles frondosos, con el musgo creciendo sobre la húmeda piedra gris.


Apenas hay visitantes en estos rincones ya que la mayoría se ha quedado abajo, en el templo principal, y los que han emprendido la subida se concentran en recorrer el sendero. Gracias a ello es posible disfrutar del ambiente especial de estos rincones antiguos que parecen detenidos en el tiempo.


Un altar con cubierta de madera marca el final de la subida, el único punto donde el bosque se abre lo suficiente para poder echar un vistazo al paisaje y la ciudad que dejamos abajo. También hay puestos donde comprar amuletos, comida y bebida, a los lados del camino.


La bajada se hace por una ruta diferente, también con sus torii, aunque a veces el camino se convierte en escalera.


Los altares son en este lado de otro estilo, probablemente de época más reciente que aquellos perdidos en el bosque.


Incluso se ven imágenes diferentes a la del zorro de Inari, como estas figuras maternales que parecen dedicadas a proteger a los niños.


Abandonamos el Fushimi Inari Taisha con la impresión de que la visita ha merecido la pena y es una buena introducción a la ciudad. Al salir nos despide esta visión fugaz de coloridos kimonos para recordarnos que Kioto sigue siendo, todavía, el corazón de la tradición japonesa.


miércoles, 29 de octubre de 2014

Japón 2014. Tokio: Santuario Meiji


Después de ver los altos rascacielos de las multinacionales, los grandes almacenes de Ginza y Shibuya, la ajetreada vida nocturna de Kabukicho, las grandes empresas de tecnología, y la desbordante masa de jóvenes a la última llenando los locales de moda, era difícil imaginar que un lugar como el Santuario Meiji y su magnífico bosque compartirían espacio con todo lo demás en el mismo corazón de Tokio.
Pero allí estaba: 70 hectáreas de árboles, llegados de todos los rincones de Japón cuando se construyó el santuario entre 1920 y 1926 para honrar al fallecido emperador Meiji y a su esposa la emperatriz Shoken por su importante papel en la Restauración Meiji, que supuso el cambio del feudalismo a la moderna sociedad japonesa actual.


Nada más salir de la estación de Harajuku ya podemos ver enfrente la entrada del gran espacio verde que comparten el parque Yoyogui y el santuario Meiji. Atrás queda el bullicio callejero, y a mano derecha un enorme torii de madera de ciprés señala el comienzo del lugar sagrado y del paseo que nos conducirá en pocos minutos hasta la entrada de los edificios de la zona interior del santuario (naien).



De camino encontramos dos largas estanterías con las ofrendas anuales donadas por los comerciantes de dos importantes productos: barriles de sake por un lado y barriles de vino francés por el otro.


Ya a la vista de los edificios, y antes de entrar en el recinto, la tradición sintoísta manda purificarse. Para ello existen estas fuentes provistas de cacillos; no para beber el agua sino para seguir el ritual prescrito: coger agua en el cacillo y verterla primero sobre una mano y después  sobre la otra, otro cacillo de agua para enjuagarse la boca y escupir fuera de la fuente para no contaminarla; ya estamos listos para entrar.


Detrás del torii con el cercado de madera hay un primer espacio con algunos pabellones. Es aquí donde se pueden encargar tablillas ema o espejos, donde se escriben las oraciones o peticiones del donante, que después se colgarán en los lugares previstos para ello.


También hay un amplio surtido de recuerdos, amuletos y demás. E incluso se puede consultar el horóscopo pero, si no es favorable, siempre estás a tiempo de dejar allí atado el papelito donde está escrito el malhadado oráculo para que el viento se lleve la mala fortuna...



El segundo recinto es un gran patio al que se accede atravesando una nueva puerta monumental de madera. Está rodeado de galerías cubiertas, con entradas que dan acceso a otras zonas restringidas donde se celebran las bodas según el rito sintoísta.


Por suerte estas celebraciones incluyen un desfile público de todo el cortejo nupcial, con sus coloridos trajes tradicionales, y las fotos familiares típicas; así que tenemos la suerte de asistir a esta vistosa ceremonia, que suele celebrarse los domingos, en varios momentos.



Al fondo de este patio se encuentra el pabellón principal, sin acceso al público; es allí donde rezan los sacerdotes de este solemne culto rodeados de objetos sagrados y altares; las fotos no están permitidas.



Los fieles se limitan a mirar con respeto desde el exterior, y rezan sus oraciones siguiendo un curioso ritual: lanzar una moneda en las rejillas de madera, dar una palmada para llamar al espíritu (kami) del lugar, y acabada su oración otro par de palmadas y una reverencia sirven como despedida antes de retirarse.


Son también curiosas esas cuerdas trenzadas de paja de arroz, (shimenawa), y los papeles en zig zag (shide); se usan en rituales y se tienden alrededor de los árboles considerados sagrados que tienen más de cien años y protegen los santuarios. La verdad es que los árboles eran magníficos, como podéis ver en la foto.


Después de esta incursión en la cara más tradicional y relajante de Tokio volvemos a sumergirnos en el barullo ciudadano. La cercana Takeshita dori es un buen ejemplo: una callejuela totalmente abarrotada donde, sin embargo, sigue siendo posible caminar sin choques e incluso tomar algunas fotos; una masa ordenada, por así decirlo, que se desplaza, entra y sale de los comercios de moda sin aparente caos.


 Ultima visita del día para el edificio del Gobierno Metropolitano de Tokio. En el piso 45 de una de sus altas torres gemelas está el observatorio, con amplios ventanales que permiten echar un buen vistazo al mar de edificios que se extiende hasta donde alcanza la vista.


La visita es gratuita; un ascensor nos pone rápidamente en el nivel del observatorio: un espacio amplio que comparten tiendas de recuerdos con algunas cafeterías y restaurantes.


Está bien para hacerse una idea más clara de dónde nos encontramos; he leído que en los días excepcionalmente claros se puede ver el monte Fuji, aunque no hemos tenido esa suerte.

Para cenar elegimos algo más típico: una izakaya de nombre Tengu... aunque, como está en un sótano y el cartel de la entrada solamente luce caracteres japoneses, hemos pasado unas cuantas veces por delante antes de localizarla. Ha sido una buena elección, ya que el ambiente es relajado y muy parecido al de nuestros mesones, y la comida estilo "tapas" está muy rica: pimientos fritos, gambas fritas, gyozas... Un lugar muy recomendable en el barrio de Shinjuku.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Japón 2014: Tokio: Ueno y Shibuya


El parque de Ueno, uno de los pulmones verdes de Tokio, es un cambio agradable en el panorama ciudadano. Allí hemos pasado gran parte de esta mañana de sábado, viendo algunas de las colecciones que alberga el Museo Nacional de Tokio.


No se trata de un único edificio, sino de varios pabellones.
En la Galería de Tesoros de Horyu-ji se puede ver una extensa colección de estatuas de Buda y otras piezas de indudable interés histórico... aunque también es cierto que para apreciarlas hay que ser un gran entusiasta del tema y estar mucho mejor informado.
El Hyokeikan, un edificio de 1909 en estilo occidental, alberga en este momento una exposición acerca de las excavaciones de la antigua Edo.


Pero sin duda es el Honkan el pabellón más interesante para nuestro gusto. Desde cerámicas y esculturas hasta textiles y caligrafía; sin olvidar las increíbles armaduras que un día revistieron a los guerreros samuráis, proporcionando a sus portadores un aspecto fantástico y temible destinado a aterrorizar desde el primer momento a sus enemigos. Y a fe que debían conseguirlo.


Pero lo más sorprendente es encontrarnos en una de las vitrinas con este "viejo conocido", que saltó a la fama a través de Erich von Däniken al presentarlo como prueba palpable de que los extraterrestres habían visitado la Tierra en algún lejano momento del pasado...


Detrás del Honkan hay un precioso rincón; la primera muestra de los espectaculares jardines japoneses que más tarde iremos descubriendo en Kanazawa, Hikone, y en muchos templos.

Toca sumergirse de nuevo en el bullicio de las calles, porque va siendo la hora de comer. El Mercado Ameyoko queda justo enfrente de la estación de Ueno; calles repletas de gente y pequeños comercios que venden un poco de todo: ropa, zapatos, alimentos, cachivaches diversos... entremezclados con pequeñas tabernas muy concurridas y ruidosos pachinkos.


Acabamos encontrando lo que buscamos en la última planta de un centro comercial, donde normalmente hay un puñado de restaurantes. Elegimos uno con ambiente muy agradable y el habitual muestrario de platos de plástico como ayuda visual para seleccionar el menú; la barrera del idioma no nos ha impedido acertar y salir satisfechos. 


Habíamos leído tanto acerca del "cruce de Shibuya" que teníamos curiosidad por verlo y comprobar si de verdad era el más abarrotado del mundo. Así que para allá nos vamos sin tardanza, y al llegar casi la armo por no llevar las gafas de leer a mano...

Japón es un país higiénico y moderno, que tiene en cuenta las necesidades fisiológicas habituales de los ciudadanos y dispone de instalaciones públicas adecuadas prácticamente en todas partes. Pero no unas instalaciones cualquiera, ¡qué va!. Para complacencia de unos y disgusto de otros, que ven en ello un derroche injustificado, muchos baños públicos están equipados con los famosos y peculiares inodoros electrónicos. Y con su correspondiente batería de botoncitos: para poner en marcha la función "bidet", para dirigir el chorro de agua aquí o allá, para hacer sonar una rumorosa grabación de agua corriente que oculte otros sonidos ofensivos... en fin, todo un muestrario, además del habitual para la descarga de agua que suele ser el más grande y evidente.
Pero en Shibuya, quizás por lo concurrido del lugar, hay un botón que no he visto en otras partes y que, además, es el más visible. Justamente el que pulsé creyendo escuchar a continuación la familiar caída de agua... pero fue una estruendosa sirena lo que empezó a sonar, ¡horror!. Caras de alarma e interrogación entre las ocupantes del baño, y movimiento de uniformados dirigiéndose hacia la entrada... Y yo, con cara de paisaje y preguntándome ¿cómo demonios explico yo en japonés que todo ha sido un error por no distinguir si ponía "Flush" o "Alarm" en el dichoso botón...?, me escabullí hacia la calle sin hacer comentarios. La alarma dejó de sonar poco después, al comprobar que nada había ocurrido.
Desde entonces siempre llevo las gafas a mano...


El famoso cruce peatonal de Shibuya es un auténtico fenómeno de masas. Y es que no se trata de un simple paso de cebra sino de cuatro, uno por cada calle del cruce, más otros dos en diagonal dentro de ese cuadrado. Cuando los semáforos cambian a rojo todos los coches, en las cuatro calles, se detienen; y una multitud, la mayoría jóvenes y adolescentes, invade la calzada caminando en todos sentidos. La impresión es algo parecido a contemplar un auténtico río en movimiento.


Los almacenes Shibuya 109 Girl también merecen una visita, ya que es un espectáculo en sí mismo recorrer sus plantas cuajadas de tiendas con lo último en ropa y accesorios para jovencitas, en el estilo entre ingenuo y sexy que hace furor actualmente por allí. Las propias dependientas no se diferencian de los maniquíes, en perfecta armonía con la multitud de adolescentes y no tan adolescentes que compran y exhiben los modelitos. Es el reino de algunas de las variedades de "lolitas" que es frecuente encontrar por la calle.


Paseando por Shibuya acabamos el día entre anuncios luminosos, ruido y comercios, mucha gente. 


Ahora que ya nos hemos "aclimatado" un poco, visto algunas de las caras de esta múltiple ciudad, y dejado atrás el "jet lag", ya va siendo hora de iniciar el recorrido por otras regiones de este interesante pais. Mañana será el último día para Tokio... hasta la vuelta.