miércoles, 6 de noviembre de 2013

U.S.A. 1992: Yosemite N. P.


Después de aprovisionarnos en la ciudad de Fresno, enfilamos la carretera hacia el que sería nuestro último Parque Nacional de ese viaje. En realidad es difícil elegir un favorito entre tantos paisajes grandiosos, pero el Valle de Yosemite es uno de esos escenarios que difícilmente se olvidan.

Hacía mucho calor a pesar de estar ya en octubre. El bosque seco y polvoriento mostraba claramente las señales del sexto año consecutivo de sequía que sufría California, por eso cualquier rincón bendecido con el regalo de un río era doblemente apreciado.




Por la entrada Sur llegamos al P. N. Yosemite, que abarca una buena parte de la Sierra Nevada. El área de Wawona (árbol grande) debe su nombre a la lengua de los indios Miwok, antíguos pobladores del valle. Más de doscientos ejemplares de sequoia gigante se conservan todavía en Yosemite, la mayor parte en este área.

Otros habitantes del parque, menos tranquilos, son los osos negros; debido a su voracidad y a los frecuentes incidentes que provoca su afán por conseguir comida fácil de los visitantes, en el camping era obligatorio almacenar cualquier alimento y bebida en los cajones de seguridad instalados en cada una de las plazas. Pero no vimos ningún oso allí, solamente un coyote que se paseaba sin prisas.

* Enlace a los mapas de P. N. Yosemite: nº 1  nº 2  nº 3 y nº 4




Dimos un buen paseo por Mariposa Grove, hermoso bosque sombreado por sequoias, pinos, cedros de incienso, cipreses... El calor no era el mejor aliado para subir las cuestas; pero lo peor era que todo estuviera tan seco, y las muchas zonas quemadas por los incendios, naturales o controlados. Las sequoias gigantes tienen la particularidad de que, con una corteza resistente al fuego, necesita de éste para que sus piñas puedan abrirse y sus semillas germinar.




En la parte más alta encontramos la cabaña de troncos que sirvió de alojamiento durante muchos años a Galen Clark; desahuciado por los médicos por una grave tuberculosis, llegó hasta allí con el ánimo de pasar sus últimos meses de vida o conseguir una cura natural para su enfermedad (los antibióticos aún estaban por descubrir); consiguió su curación y se convirtió en el primer guarda y guía del lugar. La cabaña albergaba un pequeño museo dedicado a las sequoias.

Más arriba encontramos Tunnel Tree, uno de los iconos más fotografiados de Yosemite en el pasado. Durante 88 años peatones y vehículos pasaron a través del túnel excavado en la base de esa enorme sequoia; pero por aquéllas fechas llevaba ya más de veinte años caída a causa del gran peso de la nieve acumulada un crudo invierno en sus ramas.




Un corto sendero nos llevó hasta el mirador de Glaciar Point, desde donde la panorámica del valle de Yosemite era espectacular; un paisaje de bosque y roca, con cúpulas de granito: la más impresionante Half Dome con su pared vertical. En esa época del año y con la sequía, las cascadas llevaban poca agua; pero es allí donde están las más altas de Norteamérica: las Yosemite Falls (739 m.), un espectáculo que aún tardaríamos unos años en poder contemplar en condiciones más favorables.




Por último y para terminar bien el día subimos a Sentinel Dome para ver la puesta de sol, con las semisiluetas de El Capitán y Cathedral Rocks a contraluz.




 Sobre su pelada superficie de granito, erosionada por lluvias y heladas, aún luchaban por sobrevivir varios pinos retorcidos y moldeados por el viento y los rigores del invierno.




El tercer día nos trasladamos a Yosemite Valley, un pequeño pueblo de servicios en el corazón del parque, buscando camping. Aunque normalmente era imprescindible una reserva previa, tuvimos la gran suerte de encontrar a la primera un lugar libre donde montar la tienda; encender hogueras sólo estaba permitido entre las 17 h. y las 23 h., para reducir la contaminación del aire.

El Centro de Visitantes ofrecía una exposición acerca de los indios que habitaron la zona; especialmente llamativo un traje de ceremonia con plumas; y el diorama reproduciendo una escena de la vida doméstica en el interior de la casa, con figuras de tamaño natural; completando el ambiente una mujer india, ésta sí totalmente real, andaba por allí tejiendo un cestillo. En el exterior se podía ver una muestra de diversos tipos de viviendas construídas con ramas y cortezas.




Nos acercamos hasta la base de la pared de El Capitán, otro de los iconos de Yosemite y meta de los escaladores más ambiciosos. Desde allí se podían ver varias cordadas en diferentes alturas y vías; sus figuras del tamaño de hormigas, las hamacas y el material suspendido de clavijas, se perdían en la inmensa superficie de roca y solamente era posible apreciarlas con la ayuda de unos prismáticos.




El penúltimo día decidimos hacer una marcha más larga para acercarnos hasta Nevada Fall. La subida por el bosque era agradable y se agradecía la sombra; por el camino había buenas vistas de la parte posterior del Half Dome, y de la cascada a la que nos dirigíamos.




La última parte, un sendero pedregoso excavado en la pared de roca pero bastante ancho, iba a dar a la parte alta de la cascada. Paramos a comer encima de unas rocas peladas, mientras el viento soplaba fuerte arrastrando arena y piedrecillas; terminamos el bocadillo mascando arena, pero sin llegar a salir volando.




Después de un rato descansando junto a las cascadas emprendimos la vuelta por un camino diferente, machacante como una escalera y al sol; pero desde allí pudimos echar un vistazo a esta otra cascada: Vernal Fall.
Al final del camino, ya abajo, encontramos, ¡oh maravilla!, un estratégico puesto de helados; allí nos sentamos un buen rato para recuperar fuerzas con dos bien grandes, mientras alrededor las ardillas correteaban en busca de alguna golosina caída generosamente.




Terminamos ese día subiendo hasta el mirador que había a la entrada del túnel de Wawona. Desde allí había una magnífica vista de todo el valle, la más clásica y fotografiada probablemente, mientras la luz cálida de la puesta de sol pintaba con una paleta de tonos anaranjados los grises de la roca y los verdes del bosque en un magnífico cuadro de despedida.




El último día amaneció nublado y lluvioso; parecía como si el verano hubiera querido acompañarnos hasta el último momento y ya el otoño llegase pisándonos los talones y reclamando sus fueros. Una fina capa de nieve recién caída blanqueaba las cumbres de las montañas y de pronto hacía frío.

Por la carretera subimos hasta Tuolumne Meadows. El frío arreciaba y la nieve se iba viendo más cercana, pero la estufa de hierro encendida en el pequeño Centro de Visitantes creaba un ambiente acogedor y alpino que se agradecía.




Cuando paramos en Olmsted Point para tomar unas fotos ya no era el otoño, sino el invierno lo que acababa de llegar; frío intenso, ráfagas de niebla y una humedad que se metía en los huesos. Las rocas de granito, agrietadas, dejaban al descubierto sus lisas superficies lamidas por el paso del hielo de antíguos glaciares; la vegetación había quedado reducida a dispersos ejemplares de pinos y cipreses esculpidos por el viento y el clima riguroso.

Pasamos Tioga Pass (3.031) sin apenas darnos cuenta, en medio de un paisaje de alta montaña, para descubrir al otro lado el terreno oscuro y desértico que, muy abajo, rodeaba las aguas azul oscuro del Lago Mono.