martes, 19 de febrero de 2013

U.S.A. 1992: Monument Valley N. T. P.


Por la mañana nos dirigimos hacia la presa del Powell Lake, parando en los puntos de vista para apreciar el lago y las curiosas formaciones de roca que emergían del agua.

Por allí también habían pasado, en el s. XVII, los frailes españoles Francisco Domínguez y Silvestre de Escalante. Buscaban abrir una ruta desde lo que hoy es Santa Fe hasta las misiones españolas de California, y fueron los primeros hombres blancos que pisaron aquéllas tierras inhóspitas. Su intento no pudo completarse y, tras muchas penalidades, volvieron atravesando Arizona; ese recorrido forma parte del Old Spanish Trail, cuyo rastro encontraríamos en un viaje posterior por los Estados del Suroeste.

La presa tenía un interesante Centro de Visitantes, en el cual nos entretuvimos un rato; pero las visitas autoguiadas por el interior de la presa estaban en aquel momento restringidas y nos quedamos con las ganas.




Desde allí nos dirigimos hacia uno de los paisajes más populares del Oeste, reproducido mil veces en fotos y escenario preferido del director de cine John Ford para sus películas más famosas: la extensa y árida llanura del Monument Valley, ahora calificada como Parque Tribal Nacional.

Las grandes mesas y torres de arenisca roja estratificada, que se elevan sobre un terreno llano y desértico, forman parte de la Reserva Navajo, en la frontera de los Estados de Arizona y Utah. Como curiosidad, para los navajo el nombre del lugar es Tsé Bii´Ndzisgaii (facilito...), que significa precisamente Valle de las Rocas.




Pagamos, pues, la tarifa de entrada, y nos llegamos hasta el Centro de Visitantes, instalándonos en la zona de acampada que había al lado, donde ya había algunos otros visitantes con sus tiendas y vehículos. Los lugares para acampar eran sencillos, con unos techos de chapa protegiendo las mesas; allí preparamos la comida, pues ya iba siendo la hora.

Para entonces el cielo se había ido cubriendo de nubes cada vez más oscuras; las habíamos visto llegar flotando a través de aquélla gran extensión de cielo, pues las perspectivas eran amplias en la llanura, pero no parecían demasiado amenazadoras... hasta que un estampido formidable y un rayo que pareció caer demasiado cerca nos hicieron abandonar mesa y comida para refugiarnos dentro del coche hasta que pasara de largo la tormenta. No fuimos los únicos.




Cuando por fin pudimos iniciar el recorrido por la pista de 27 kms. para visitar el Parque, el cielo seguía nublado y caía la tarde. Las condiciones para hacer ese Valley Drive por cuenta propia no eran demasiado libres: nada de salirse de la pista marcada, ni meterse en las de "uso exclusivo para los tours guiados"; ni bajarse del coche para caminar por el terreno. Tampoco hacer fotos, no ya de las personas sino tampoco de las casas indias sin previo permiso...




En fin, que pocas posibilidades quedaban, salvo ver el paisaje desde la ventanilla del coche y parar de vez en cuando para tomar una foto de las rocas... Y eso sin demorarse mucho, porque existía un horario y a las 6 p. m. había que estar ya fuera del Parque. Nos resultaron un tanto pesadas tantas restricciones, la verdad, y cuando regresamos al camping arrastrábamos cierto desencanto.

La tormenta continuó iluminando el horizonte durante algunas horas, y todavía en la noche se recortaban de vez en cuando, irreales, las siluetas rocosas contra la luz de los relámpagos.