sábado, 28 de abril de 2012

U.S.A. 1992: New Mexico (1)


Después del recorrido por Colorado, con sus paisajes de rocas, cañones y dunas grandiosos pero vacíos, entramos de nuevo en la historia humana al cruzar la frontera de New Mexico.

Se trata de un estado bastante especial dentro de U.S.A., y sus particularidades se empezaban a notar desde el mismo momento en que la radio captaba la primera emisora de la zona. Ya nos habíamos dado cuenta de que en cada estado se hablaba un inglés ligeramente diferente; quizás simplemente fuera el acento pero el caso es que necesitábamos cierto tiempo para volver a "entenderlo". Sin embargo, lo que nos llegaba esta vez por las ondas era una curiosa mezcla de inglés y español bastante chocante.

El idioma era sólo una de las diferencias. Las otras se irían revelando con el paso de los días: la abundancia de rasgos indígenas en sus habitantes, los pueblos indios, la arquitectura de adobe, la comida especiada, y una población importante de artistas e intelectuales que se había ido instalando a lo largo de los últimos años en ciudades y pueblos. También daba la impresión de ser uno de los estados menos prósperos.

Y, naturalmente, tenía una buena colección de Parques y Monumentos Nacionales, fruto de su pasado indígena y también español. Aquí vivieron primero los anasazi (los antiguos, literalmente), de los que descienden los indios pueblo; éstos fueron nombrados así por los españoles, ya que sus casas de adobe les recordaban a sus propias viviendas en los pueblos de España. Por otra parte estaban los navajos y los apaches: el famoso jefe Gerónimo no dejó de traer de cabeza a los yanquis hasta su rendición en 1886. Y tampoco faltaban los hopi, parientes de los pueblo. Con este panorama, tan rico en variedad e historia, las ruinas de antiguos asentamientos son abundantes en todo el territorio.

En aquel primer viaje recorrimos solamente el Norte del estado, uno de los cinco más extensos de USA: visitamos Taos, algunas de las iglesias misioneras de tiempos españoles, Santa Fe, y cuatro de las mejores zonas arqueológicas de las culturas indígenas: Bandelier N. M., Chaco Culture N. H. P., Aztec Ruins N. M. y Mesa Verde N. P.




El nuevo Taos nos pareció un pueblo muy turístico, que parecía vivir principalmente de la artesanía, restaurantes, alojamientos y demás. Las casas, que para nuestros ojos eran de estilo mejicano y no español como lo consideraban los estadounidenses, imitaban la arquitectura tradicional de adobe: volúmenes cúbicos y aristas redondeadas, color tierra, vigas de madera...




La mayoría de los edificios eran comercios de artesanías tanto indígenas como de otros países y con diversas calidades; los precios, en general, bastante caros en relación a lo ofrecido, una característica común a todo artesano en USA. Pasamos unas horas paseando por las calles viendo tiendas, el parque y la plaza; en el cementerio histórico también está enterrado Kit Carson: aventurero, trampero, explorador... un clásico héroe de frontera de otros tiempos.

El pueblo indígena de Taos parecía ser una trampa turística: se pagaba para poder aparcar en un descampado, por "registrarse" para la visita, por cada cámara de fotos... y todo para echar un vistazo a su arquitectura singular que, ciertamente, era pintoresca y de gran valor histórico, pero quizás más para los norteamericanos, por su escasez de pueblos tradicionales, que para nosotros... El primer día el pueblo permanecía cerrado a las visitas, debido a la celebración de un ritual religioso; al final nos fuimos sin haber entrado en él.




En Ranchos de Taos visitamos esta iglesia misionera de San Francisco de Asís, una de las varias que permanecen en pie en New Mexico; fue construida por los Padres Franciscanos españoles allá por 1772, y actualmente es Patrimonio de la Humanidad. Un hermoso edificio de adobe, con un encanto especial y líneas muy plásticas, que se puede ver reproducido en cantidad de fotografías y pinturas. En su interior había un retablo bastante naïf de vivos colores, y vigas de madera vista en el techo.




El mismo modelo arquitectónico y origen se repetía en la iglesia de San José de Gracia, del pequeño pueblo de Las Trampas, fundado por doce familias españolas de Santa Fe en 1751.




Y en el Santuario de Chimayo, al que pertenece esta foto. Llegamos allí bajo un cielo negro que pronto empezó a soltar agua, y enseguida buscamos refugio en su interior.




También aquí el frente estaba ocupado por un altar de diseño étnico y colores abigarrados; pero lo más curioso del lugar era la habitación destinada a ofrendas y exvotos, donde se podía encontrar de casi todo en medio de un ambiente que las muchas velas encendidas hacían todavía más irreal. Un hoyo en el suelo contenía tierra que, según decían, tenía propiedades curativas; aunque no lo comprobamos...




La Hacienda Martínez tenía también todo el aspecto mejicano a pesar de su nombre y origen español colonial. Una construcción de base cuadrada con dependencias en torno a un patio interior, pero sin ventanas al exterior. Los caballos que pastaban en los cercados eran "auténticos descendientes de aquellos traídos por los conquistadores españoles"; las moscas eran auténticas del lugar... A pesar de su carácter histórico no resultaba especialmente emocionante y la dejamos pasar.




Otra cosa era Santa Fe, capital de New Mexico, una ciudad bien diferente a cualquier otra de los Estados Unidos. No se veían allí rascacielos, ni siquiera bloques de pisos de estilo corriente y rectilíneo; en su lugar, siguiendo el modelo tradicional, todos los edificios tenían la apariencia de las antiguas construcciones de adobe... aunque sin serlo: colores de tierra, aristas redondeadas, volúmenes cúbicos, vigas de madera, terrazas planas en lo alto. Y abundantes árboles; desde fuera la ciudad se veía como un agradable mosaico de colores naturales, y una vez dentro nos gustó su aspecto limpio y bien cuidado, aunque también muy turístico.




Los comercios de artesanía, antigüedades y galerías de arte parecían ocupar dos edificios de cada tres. La mayor densidad de galerías se agrupaba en Canyon Road, donde resultaba hasta increíble; claro que, según nuestras informaciones, en septiembre y octubre recibían cada año una auténtica avalancha de ricos tejanos ansiosos por adquirir aquellos artículos de arte para decorar sus ranchos, así que tampoco era extraño tal despliegue.




El antiguo Palacio del Gobernador había sido reconvertido en museo Histórico; no demasiado ameno pero tenía un bonito patio. Bajo los soportales de la fachada se instalaban cada día muchos indios con sus tenderetes de artesanía; los precios estaban en correspondencia con los ricos tejanos.




La iglesia de San Miguel, construida en 1610, se anunciaba como la más antigua de USA. A su lado, a juego, la casa también más antigua, construida en 1541 por los indios que vivían en este pueblo antes de que llegaran Coronado y los suyos y los "descubrieran"; en su interior se podía ver, como curiosidad, un ataúd con un esqueleto dentro, con leyenda de brujas y todo; y un maniquí como una vieja india disecada, sin duda para dar ambiente. La iglesia gótica de Loreto, construida en 1878, resultaba tan fuera de contexto en esta ciudad de adobe como la catedral.




El museo de Bellas Artes ocupaba un precioso edificio; aunque el museo de Artes y Cultura Indias tenía una colección que nos resultó más interesante. Y por último el museo de Arte Folk, con su maravillosa colección de juguetes, cachivaches, maquetas recreando escenas de la vida cotidiana; y toda una parafernalia de objetos mágicos, exvotos y amuletos bastante pintoresca.




A unas millas de Santa Fe había un pequeño pueblo que visitamos solamente por su nombre: Madrid; ya que de otro Madrid, capital de España, veníamos nosotros. Originalmente un pueblo minero, había estado abandonado durante años; no hacía demasiado tiempo que habían vuelto a instalarse nuevos habitantes, reconstruyendo las viejas casas y montando sus negocios de artesanía, algunos muy agradables.




Pero todavía los edificios renovados eran muy pocos y, fuera del encuadre ajustadísimo de las fotos que habíamos visto de él, el pueblo aún tenía mucha tarea de reconstrucción por delante.

Con ésto dimos por terminada la visita de pueblos y ciudades y enfilamos hacia las zonas arqueológicas del pasado.

sábado, 7 de abril de 2012

U.S.A. 1992: Colorful Colorado


Entramos en Colorado; "Colorful Colorado", como anunciaba el cartel turístico en la frontera del nuevo Estado.

20 de agosto y un calor aplastante; al mediodía las rocas rojas del Colorado National Monument parecían arder como un horno. La carretera escénica permitía hacer un recorrido muy cómodo, parando en los miradores para salir y echar un vistazo a las formaciones que la erosión había modelado en el paisaje de arenisca: un camello, dos figuras besándose, unas manos rezando, panzudos hornos de barro, paredes verticales...

* Puedes ver el mapa de Colorado N.M. pinchando aquí.




Gracias al aire acondicionado del coche podíamos recuperarnos después de cada salida, con algún corto paseo; pero fue una de las pocas veces que no he podido disfrutar realmente de un lugar a causa del calor; me llegué a sentir a punto de insolación. Esa tarde hicimos una parada en Delta para comprar un galón de leche (3,8 l.) que consumimos en el momento; a pesar del aire acondicionado y de haber tomado otro galón de bebidas isotónicas nos sentíamos deshidratados.




La segunda atracción natural que vimos en Colorado era el Black Canyon of the Gunnison National Monument (convertido desde 1999 en Parque Nacional). Allí el río Gunnison se había abierto paso a través de las rocas oscuras de esquistos y gneis, surcadas por vetas rosáceas de pegmatita, excavando un cañón profundo de paredes verticales: 685 m. de altura máxima, y 12 m. de separación entre sus orillas en la parte más estrecha. El Parque abarcaba los 19 km. más espectaculares de su recorrido.

La carretera serpenteaba bordeando la orilla Sur, y cortos paseos de no más de 500 metros conducían hasta varios miradores en los puntos más espectaculares. Por el fondo, empequeñecido por la distancia, circulaba el río de aguas verdes; sólo el tamaño minúsculo de un par de piragüas allá abajo permitía hacerse una idea de la altura.




Como curiosidad, apuntar que dos expediciones españolas pasaron por allí en 1776. Años más tarde, en 1882, la compañía Denver & Río Grande había conseguido construir una línea de vía estrecha a través del cañón (la última milla del trazado les había llevado un año por las dificultades del terreno), completando el primer enlace por ferrocarril entre Denver y Salt Lake City.




Sin embargo en 1955 la vía quedó abandonada, al existir ya una alternativa más moderna; en el Area Recreativa de Curecanti, junto a una de las presas del río, uno de aquellos antiguos trenes de vapor permanecía encaramado sobre una sección de puente metálico como recuerdo y monumento.

Nuestra tercera y última visita en Colorado fue para el Great Sand Dunes National Monument (declarado Parque Nacional en 2004).

* Pincha el el enlace si deseas ver el mapa.




Atravesamos una extensa llanura de campos de cereales, y a continuación una zona de matorrales bajos y floridos donde se criaban bisontes (que no llegamos a ver), hasta llegar a la vista de este sorprendente campo de dunas que casi parecía fuera de lugar. La arena arrastrada por el viento desde el cercano Río Grande se había ido depositando al pie de las montañas Sangre de Cristo, que forman un telón de fondo de altos picos a menudo cubiertos de nieve, creando este escenario desértico de dunas que alcanzan hasta 230 m. de altura sobre el nivel del San Luis Valley.

Gracias a un día excepcionalmente fresco y ventoso, con un cielo surcado de nubes, pudimos pasar toda una mañana subiendo y bajando por las dunas sin tostarnos; hay que decir que la temperatura de la arena en un día normal y soleado de verano puede alcanzar los 60º C...




Pero ese día tuvimos suerte y, casi sin proponérnoslo, acabamos trepando hasta la duna más alta de los alrededores; el viento soplaba borrando nuestras huellas y arrastrando las finas partículas de arena, que a veces sentíamos en los brazos como pequeños pinchazos.

Desde arriba se podía contemplar el extenso panorama de arena clara, con algunas vetas oscuras de magnetita, cuya uniformidad sólo se veía rota por algunas manchas de hierbas verdes y el amarillo de las flores de girasol silvestre en las depresiones más resguardadas. Porque lo sorprendente es que la aparente aridez del medio escondía una humedad que afloraba hasta la superficie en varias zonas; esto se notaba especialmente a la hora de bajar corriendo y saltando por las largas pendientes: un ejercicio muy divertido, aunque cuando la pendiente se volvía demasiado inclinada o resbalabas en alguna zona endurecida por la humedad corrías el riesgo de acabar rodando hasta abajo...




En aquél momento estábamos en uno de los lugares más tranquilos de todo el viaje; recientemente he leído que, tras unos estudios acústicos realizados por el Servicio de Parques Nacionales de U.S.A., se ha declarado el Great Sand Dunes como el Parque Nacional más silencioso de todos los Estados Unidos.

Atrás quedaban ya las aglomeraciones de los lugares turísticos más mediáticos y afamados, de los paisajes verdes y amables. Poco más de seis semanas y 9.600 kms. de carretera nos habían llevado de los frondosos bosques de la costa a los volcanes, las montañas, y ahora a las áridas extensiones rocosas del interior. A pocas millas nos esperaban las interesantes zonas arqueológicas de New México.

martes, 3 de abril de 2012

U.S.A. 1992: Siguiendo ruta. Idaho y Utah


Seguíamos en Wyoming cuando entramos en el P. N. Grand Tetons: una barrera de preciosas montañas, aunque aquel día parecía un paisaje más propio de El Señor de los Anillos a causa de las negras nubes que cubrían el cielo.

Acampamos en el área de Jackson Hole, y pasamos un buen rato en el Centro de Visitantes, viendo una interesante exposición acerca de los indios que habitaron aquéllos parajes. Teníamos la esperanza de que el tiempo nos permitiera dar un paseo por allí; pero solamente pudimos acercarnos hasta el lago en la corta tregua que nos concedió la continua lluvia que estuvo cayendo día y noche. Y como la previsión meteorológica se mantenía en el mismo tono para los días siguientes decidimos seguir ruta hasta entrar en Idaho.

El paisaje iba ganando aridez, transformándose en un desierto de viejas lavas y matorral bajo. Con la puesta de sol llegábamos al Craters of the Moon National Monument: sobre el terreno de lava y cenizas oscuras contrastaban algunas tiendas de colores, y allí nos instalamos nosotros también: un área de acampada de las más tranquilas que llevábamos recorridas, donde dormimos estupendamente.

* Aquí puedes ver el mapa del Monumento.




Pasamos el siguiente día bajo un sol de justicia recorriendo los campos de lava, explorando los tubos volcánicos, y subiendo por las negras pendientes de ceniza del Inferno Cone y de algún otro cráter. El interior de los hornos tenía sorprendentes texturas y colores.

Como curiosidad apunto que aquí se estuvieron entrenando los astronautas del programa Apolo: aprendiendo cómo buscar y recoger muestras de roca en un terreno que, pensaban, debía ser similar al que iban a encontrar en la Luna. Y aunque más tarde pudieron comprobar que los cráteres lunares, formados por el impacto de meteoritos, diferían bastante de éstos de origen volcánico, al menos les sirvió para aprender a manejarse en un terreno tan difícil e irregular.




Cambiamos de Estado entrando en Utah, colonizado por los mormones en 1.847; allí encontraron la "tierra prometida" que andaban buscando: un lugar apartado en el que poder practicar libremente su religión sin la interferencia de sus vecinos. Son tierras desérticas, y precisamente por ello nadie se las disputó; así pudieron fundar su capital: Salt Lake City, una gran ciudad con altos edificios en el centro, barrios de casitas bajas alrededor y las correspondientes zonas comerciales; como todas las de Estados Unidos, sólo que allí la gran mayoría de la población pertenece a la Iglesia de los Santos de los Ultimos Días.

El corazón de todo el conjunto estaba en Temple Square, una enorme plaza con algunos de los edificios más representativos de los mormones: el Templo, una suerte de catedral de granito de aspecto nuevo y rectilíneo; el Tabernáculo, cuya finalidad parecía ser albergar los actos multitudinarios y cantos corales por su magníficas condiciones acústicas; un enorme Centro de Visitantes; y una pequeña iglesia de aspecto antiguo y más amable. Todo el conjunto rodeado de estupendos jardines floridos por los que deambulaban turistas y mormones; éstos fácilmente reconocibles por vestir todos ellos de traje, y muy arregladitas ellas; y por ser los únicos que podían acceder al Templo. La tienda de artesanía típica exhibía una colección de pañitos, colchas de retales y muñecos de trapo.

Después de una parada en Vernal para visitar la colección de minerales, animales de la zona y huesos de dinosaurio que albergaba el museo, nos llegamos hasta Dinosaur National Monument. Básicamente se trataba de una zona desértica de formaciones rocosas hendidas por cañones, de aspecto salvaje, que forman parte de la Split Mountain.

* Aquí puedes ver los mapas de la zona Este y Oeste del Monumento.

El interés del lugar residía en su magnífica cantera de huesos de dinosaurios, de la que llevaban extraídos varios miles y que seguía en activo. Una gran instalación mantenía a cubierto toda una zona de estratos en los que los paleontólogos seguían trabajando cada día, con los esqueletos de aquellos impresionantes animales emergiendo poco a poco de las paredes de roca; en su interior, además de la excavación y los laboratorios, había una exposición muy didáctica e interesante en la que nos entretuvimos un buen rato.




También dimos varios paseos por los cañones, encontrando algún rincón sorprendentemente verde y frondoso en medio de la aridez. En ese rincón de la foto superior había vivido en un rancho durante cincuenta años una mujer llamada Josie Morris; todo un carácter, casada cinco veces y divorciada cuatro, juzgada por robo de ganado a los 60 años, que destilaba alcohol a partir de frutas y bayas durante la Ley Seca... En 1.960, ya con 89 años, una caída en el hielo con rotura de cadera acabó con su vida un año después. El fondo de ese cañón sin salida le servía para guardar el ganado.




Los indios Fremont aprovecharon la superficie de las paredes de arenisca para dejar su huella en forma de animales y figuras humanas de curiosas formas trapezoidales, petroglifos que consiguieron rascando la superficie oscura de los óxidos de hierro y manganeso que las recubren.

Una carretera escénica con miradores facilitaba el recorrido para echar un vistazo a los cañones que formaban los ríos Yampa y Green; un pequeño sendero conducía hasta el punto de vista sobre Whirlpool Canyon, donde se juntaban ambos ríos. En aquel paisaje agreste y rocoso, que los estratos plegados en todas direcciones convertían en un auténtico laberinto de roca, incluso los árboles participaban de ese carácter agreste con sus formas retorcidas y cortezas fibrosas, muchos de ellos secos y caídos.

Aquella noche hicimos muchos kilómetros buscando un camping donde recalar, atravesando campos petrolíferos de aspecto fantasmal y bastante malolientes, hasta alcanzar nuestra siguiente parada: Colorado National Monument.