viernes, 26 de octubre de 2012

U.S.A. 1992: Bryce Canyon N. P.


Continuamos nuestro recorrido por Utah, atravesando ahora una sucesión de cañones, desiertos de roca blanca, un inesperado bosque de coníferas y álamos, áreas desérticas, más cañones... Así hasta llegar a uno de los puntos más espectaculares de todo el viaje: el Parque Nacional Bryce Canyon.

* Aquí puedes ver los mapas de las zonas Norte y Sur del P. N. Bryce C.




A la primera ojeada comprobamos que no se trataba exactamente de un cañón, a pesar de su nombre, sino más bien de un anfiteatro excavado por la erosión en la falda del monte. El terreno, estratificado, estaba formado por capas de roca arenisca de colores: rojo, naranja, rosa, violeta, blanco...




Pero no solamente se trataba de colores... Lo más sorprendente era el conjunto de formaciones que llenaban todo aquel espacio: un nutrido ejército de torres, castillos, agujas, ventanas, figuras, rocas en un equilibrio imposible: lo que nosotros llamamos chimeneas de hadas, y que en Bryce C., al parecer, se han formado en mayor cantidad que en ningún otro lugar del planeta. Una ciudad de cuento esculpida por el agua, el hielo y el viento a lo largo del tiempo.

Las leyendas de los indios Paiutes, uno de los pueblos que a lo largo de la Historia habitaron este lugar, aseguraban que las formaciones eran en realidad una multitud de seres antíguos, condenados por el dios Coyote a permanecer para siempre transformados en piedra a causa de su maldad.




No es extraño que la imaginación de aquéllos indios se pusiera en marcha a la vista del paisaje fantástico y espectacular que teníamos delante; un paisaje que parecía cambiar a cada momento con la luz, el punto de vista y la dirección en la que orientásemos nuestras miradas.

Nos instalamos en el complejo turístico que había junto a la carretera, poco antes de llegar a la zona principal del Parque; a pesar de que el espacio era amplio, lo polvoriento del terreno y el tráfico de coches no lo hacían demasiado agradable.

En el Centro de Visitantes estuvimos viendo una exposición acerca los animales y la ecología de la zona, y uno de los audiovisuales más bonitos de todos los Parques. A continuación, por la carretera que bordeaba la meseta, fuimos parando para echar un buen vistazo desde los miradores y hacernos una idea del lugar en el que estábamos. Las vistas más bonitas se apreciaban desde los puntos de vista de Bryce PointInspiration Point.




Y por último, calzándonos las botas y echando una pequeña mochila a la espalda con las indispensables cantimploras, enfilamos el Navajo Loop Trail, dispuestos a adentrarnos en el corazón de aquel laberinto geológico para explorar de cerca algunos de sus rincones.

La senda, empinada, descendía vuelta tras vuelta unos 160 metros, hasta alcanzar la base de las torres. A cada paso se abrían a nuestros ojos nuevas perspectivas; las figuras cambiaban de forma, aparecía una ventana en la roca, un castillo blanco asomaba por detrás de otro rojo, la mancha oscura de unos árboles rompía la curva sinuosa de un oleaje petrificado de colores pastel...




Era todo tan bonito, tan cambiante, que hubiésemos querido recorrerlo entero para no perdernos ninguna sorpresa. Pero el sol calentaba con fuerza y sus rayos, reflejados de forma cegadora por el terreno de colores claros, nos obligaba a ir buscando las pequeñas sombras para refugiarnos en ellas durante unos breves momentos de descanso.

Enlazamos nuestro recorrido con el Queen´s Garden Trail, que serpenteaba a través de uno de los rincones más bonitos del anfiteatro principal. Desde allí la subida era menos brusca de lo que había sido la bajada, y alcanzamos de nuevo la meseta sin novedad. En el camping nos aguardaba una buena ducha, y una siesta reparadora después de comer.




Visitamos también la Cueva de los Musgos; aunque se trataba solamente de un pequeño abrigo en la roca, encontrar una fuente allí parecía casi un milagro.

Al día siguiente recogimos el asentamiento y abandonamos el camping con ganas, y con una buena capa de polvo en la tienda y el coche. Seguimos ruta por una carretera que subía y subía hasta alcanzar más o menos la cota de los 3.200 metros, donde se encontraba el Monumento Nacional Cedar Breaks.




A pesar de pertenecer al mismo estrato geológico que Bryce Canyon, la inclinación del terreno lo situaba aún más alto. Aquí el proceso de erosión era el mismo, pero las formaciones resultaban menos espectaculares y las pendientes de colores dominaban el paisaje. Una meseta cubierta de bosque, en el que se mezclaban pinos y abetos con álamos, bordeaba el anfiteatro; estos últimos, probablemente a causa de la altitud, se habían vestido ya con sus brillantes tonos otoñales y salpicaban de naranja y amarillo la mancha oscura de las coníferas. Unas marmotas rollizas correteaban de acá para allá, haciendo acopio de calorías con vistas al próximo invierno.

Entramos a ver el pequeño Centro de Visitantes, tomamos un bocadillo en el área de picnic, y recorrimos los miradores. Desde allí seguimos hasta Cedar City, donde nos aprovisionamos de comida antes de enfilar la carretera hasta nuestro siguiente destino: el Parque Nacional Zion.