sábado, 5 de mayo de 2012

U.S.A. 1992: New Mexico (2)


Después de la agradable ciudad de Santa Fe, las zonas arqueológicas de New Mexico suponían un curioso contraste. Volvíamos mentalmente atrás para echar un vistazo al pasado de aquella región, a través de las ruinas que dejaron sus antiguos habitantes: los indios Pueblo.

Bandelier National Monument fue nuestra primera parada; el nombre se lo había dado Adolph Bandelier, arqueólogo y antropólogo suizo, guiado hasta allí en 1880 por uno de los descendientes de aquellos antiguos pobladores: José Montoya, para enseñarle el lugar donde vivieron sus antepasados.

Frijoles Canyon estaba salpicado de viviendas, algunas de ellas excavadas en las paredes de la roca; también se podían ver pinturas y petroglifos, y las curiosas construcciones llamadas kiva.




Este pueblo de planta circular: Tyuonyi, había estado habitado entre los años 1150 y 1600. A pesar de que sólo quedaban los restos de paredes bajas, las viviendas tenían originalmente hasta tres alturas.




Gracias a una serie de escalones tallados en la roca y de escaleras de mano en los lugares estratégicos alcanzamos este abrigo en la pared del acantilado, a unos 40 metros sobre el suelo del cañón. Aquí, además de las ruinas de viviendas se encontraba esta kiva, con una escalera para descender al interior; la función de estas curiosas construcciones circulares parecía ser ceremonial y en ellas se reunirían hombres y niños para sus celebraciones religiosas.




La verdad es que pasamos un día bastante entretenido subiendo y bajando escaleras para alcanzar cada uno de los rincones accesibles, y acabamos bastante cansados a causa del calor y de la gran cantidad de visitantes.




También invertimos un buen rato en ver la interesante exposición del Centro de Visitantes: un edificio de "estilo adobe" con una colección de cerámicas, artefactos, e incluso la reproducción del interior de una vivienda tal como debía de verse cuando estaba en uso. Y disfrutamos de la compañía de ardillas de varias clases mientras tomábamos la merienda en el área de picnic.

Nos llevó una tarde recorrer las millas que nos separaban del siguiente punto de interés: Chaco Culture N. H. P. Atravesando las Montañas Nacimiento, desapareció el asfalto durante un largo tramo y la carretera se convirtió en una pista que el cartel anunciaba como intransitable en invierno; y realmente debía serlo, pues a pesar de las buenas condiciones de aquel momento tardamos bastante en dejarla atrás.




Llegados al cruce, ya de noche, volvió a desaparecer el asfalto; y esta vez la pista era realmente mala: una superficie de "tabla de lavar" que hacía botar el coche de forma alarmante, de manera que avanzábamos a paso de tortuga a través de una llanura polvorienta en la que se veía de vez en cuando la luz lejana de alguna casa.

Fue un alivio llegar a la zona de acampada, ya de noche, y encontrar un sitio libre; cenamos a la luz de una vela y rápidamente nos metimos en los sacos de dormir porque hacía bastante frío. Sólo al hacerse de día y abrir la tienda vimos el paisaje que nos rodeaba: justo detrás de nosotros, una gran roca con un saledizo bajo el cual se veían las ruinas de una vivienda, con toda una colonia de nidos de golondrinas en el techo; alrededor más rocas de arenisca, y una sorprendente cantidad de flores entre los matorrales a pesar de la aridez del terreno y el calor del verano.




Chaco Culture National Historic Park había sido un lugar densamente poblado entre los años 900 y 1150. Con piedras extraídas de las canteras de arenisca, y troncos acarreados desde largas distancias, aquellas gentes habían construido los que hasta el siglo diecinueve fueron los mayores edificios de Norteamérica, llegando a alcanzar cinco pisos de altura de sólida construcción.




En Pueblo Bonito se agrupaban una gran cantidad de kivas, y una sección bastante entera de bloques de viviendas, de las que ahora sólo quedaban en pie tres niveles. Nos llamaron la atención las curiosas ventanas en las esquinas; y la alineación de todas las puertas, de forma que a través de la primera se veían todas hasta el fondo; algunas de esas puertas tenían forma de T, más anchas en su mitad superior. En Casa Rinconada todavía podía verse una enorme kiva parecida a un anfiteatro.




Aztec Ruins National Monument protegía un tercer conjunto de ruinas de los indios Pueblo; en parte reconstruidas, y magníficamente explicadas en una pequeña guía.




Aquí lo más vistoso era esta enorme kiva reconstruida, a la que se podía entrar para admirar el magnífico entramado de sólidos troncos que formaban el techo. El "ambiente" estaba reforzado por los cánticos indios que resonaban en el interior con sólo pulsar un botón...

El camping de Durango tenía la particularidad de quedar dividido en dos por la vía del tren turístico que llevaba a Silvertown; por suerte solamente hacía el recorrido de día...




Nuestra última visita arqueológica fue para Mesa Verde National Park.

Una "mesa", la formación rocosa característica de toda aquella zona, es un terreno elevado con la parte superior plana y delimitado por paredes abruptas. Aunque la que ahora visitábamos era curiosa por ser muy elevada por un extremo y caer suavemente formando cañones por el lado opuesto; la vegetación abundante de arbustos y árboles, entre los que abundaban sabinas y pinos, justificaban claramente el nombre que le habían dado.




El conjunto más grande, bonito y mejor conservado era Cliff Palace, seguramente el que todos hemos visto en imágenes más de una vez. Como casi todos los otros de este Parque, tenía un emplazamiento magnífico: un enorme abrigo en la pared de roca, colgado en mitad del cañón. Con la luz dorada del atardecer, además, el efecto visual era sorprendente.




Pudimos recorrerlo bajo la atenta mirada de los rangers, sin pasar de las zonas acordonadas. No así Square Tower House, cuyo acceso no estaba permitido aunque había un buen punto de vista desde el que apreciarlo y tomar fotos; destacaba allí una torre especialmente alta y bien conservada, que daba nombre a todo el conjunto.




La zona del parque llamada Wetherill Mesa se recorría parcialmente en un tren-autobús, por cuyos laterales abiertos entraba un agradable vientecillo que refrescaba del calor del día. Algunas sendas cortas permitían acceder a otros conjuntos de viviendas, de los que el mejor era Balcony House.

La subida, pintoresca, se hacía por medio de unas escaleras de troncos y escalones tallados en la roca, para atravesar por último un estrecho pasadizo y desembocar a gatas en un buen balcón, amplio y protegido por un muro: un rincón de cuento con estupendas vistas del cañón. Esta visita era obligatoriamente guiada por un ranger, que se encargaba también de las extensas explicaciones acerca del lugar y su historia.




Spruce Tree House ocupaba un emplazamiento especialmente agradable a la entrada de un cañón: un lugar húmedo y frondoso, con el lujo inusitado de una fuente justo al lado; un pequeño canal parecía dirigir el agua hasta un lugar de almacenaje.

En fin, pasamos dos días completos de un sitio al siguiente: vimos el museo y el Centro de Visitantes con su exposición de artesanía india, charlamos durante horas con una familia de Colorado que conocimos durante una visita y resultaron ser nuestros vecinos de camping, y subimos y bajamos todas las escaleras que se nos pusieron por delante. Nos gustó mucho este Parque.

Cuando nos fuimos de allí, rumbo a Moab y los espectaculares paisajes de Canyonlands, negros nubarrones cubrían el cielo y pronto comenzó a llover.

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