martes, 29 de noviembre de 2011

1.985 Marruecos (3): Mil kasbahs y un oasis


El lunes, 23 de diciembre, dejamos Fez para seguir ruta hacia el Sur.

Y lo dejamos con pena, porque si en un día es imposible abarcar cualquier ciudad, menos aún lo es cuando te enfrentas a todo un mosaico cultural como aquél, tan diferente a este otro en el que estamos acostumbrados a movernos. Fez sólo nos dió tiempo para la sorpresa, para la emoción del descubrimiento y el despertar de la curiosidad ante tantas novedades; dejábamos un montón de cosas por explorar y nos hubiera gustado descubrirlas. Pero teníamos claro que en este primer viaje se trataba más que nada de hacernos una idea general de la diversidad de Marruecos; los dias pasaban muy rápido, las horas de luz estaban en su fase mínima, y el estado de las carreteras no daba para muchas alegrías.

Una espesa niebla ocultaba el paisaje en las primeras horas de la mañana; no se veía ni el coche que llevábamos delante y todas las precauciones eran pocas ya que bicicletas y burros seguían transitando a su aire por la carretera. Así hasta alcanzar el bosque de Ifrane, donde comenzó a despejarse y apareció un paisaje que difícilmente asociaríamos con Marruecos si de pronto nos hubiesen soltado allí en medio sin referencias.




A medida que ganábamos altura, el terreno más seco de encinas y robles empezaba a ser reemplazado por un bosque de cedros imponentes, con una vegetación de sotobosque abundante y húmeda. Aparcando a un lado de la carretera, salimos a tomar unas fotos y al momento vimos aparecer toda una horda de monos que bajaba del monte con evidentes muestras de estar acostumbrados a recibir "regalos" de los ocasionales visitantes. El jefe de la manada era un magnífico ejemplar de pelaje espeso y grandes colmillos; sentado en la carretera con gesto de mal café, bostezaba mirando con olímpico desdén a los coches que pasaban casi rozándole.

Estos macacos de Berbería, antes mucho más extendidos, han sido tan perseguidos que sólo habitan actualmente aquí, en el Atlas medio, y en ciertas zonas de Argelia; soportan bien incluso las nevadas más crudas del invierno. De hecho Ifrane es una de las dos estaciones de esquí del país; y aunque ese año la nieve todavía estaba por caer, cuatro años después pasaríamos allí la Nochevieja como únicos habitantes del camping y rodeados de altos muros blancos y fríos.




Esquivando las atenciones de tan dudosa compañía, nos metimos por una accidentada pista siguiendo las indicaciones para llegar al cedro Gourad, un ejemplar milenario al lado del cual el R5 resulta tan empequeñecido que hay que mirar dos veces para apreciarlo...¿lo véis?.

A la hora de comer paramos junto al embalse de Sidi Alí, un paraje desolado donde el único relieve visible era un destartalado cobertizo para ganado; soplaba un viento helado, así que tomamos algo sin salir del coche. En Midelt repostamos gasolina; los surtidores parecían reliquias de otra época, y si los dueños han sabido aprovecharlos con el admirable sentido comercial que es común a estas gentes es posible que ahora se puedan ver en cualquiera de los museos de antiguallas, perdón, antigüedades, que salpican la geografía mundial.

A partir de allí el paisaje empezaba a parecer francamente desértico y aparecieron las primeras kasbahs; pronto su vista se nos haría tan familiar como las torres de las mezquitas, las chilabas, los oueds, las cabras enanas y las piedras... los miles de millones de piedras y arena que componen esta parte sur del país, hasta tal punto que uno se pregunta con perplejidad de qué demonios puede vivir toda aquélla gente si no parece haber nada más.




Volviendo a nuestro tema: ¿qué es una kasbah?. En principio es una antígua fortaleza, un recinto fortificado propio de los bereberes, donde vivía el señor del lugar y se refugiaban todos en caso de ataque; por eso normalmente ocupan lugares elevados como un cerro, y a veces otros más espectaculares e inaccesibles, como un roquedo aislado en el paisaje. Los muros son de adobe, con pocas aberturas al exterior y ventanas muy altas; la parte superior tiene almenas escalonadas, y las más bonitas tienen motivos geométricos en blanco enmarcando el hueco de las ventanas. Alrededor de la kasbah propiamente dicha han ido edificando otras viviendas también de adobe que se comunican unas con otras, así que lo que vemos ahora son pueblos más o menos grandes, mejor o peor conservados, jalonando toda esta ruta del Sur que, como ya habéis adivinado, se llama precisamente la Ruta de las Kasbahs. Unas siguen estando habitadas, otras ya son ruinas abandonadas, y alguna incluso ha sido re-inventada para que puedan entrar los turistas como parece haber pasado con Ait Benhaddú.

Con las últimas luces del día atravesamos las gargantas de Ziz y paramos en Er Rachidia, (Ksar Es Souk en árabe) para dar un corto paseo, tomar un té y comprar pasteles. El único camping de la zona estaba en Meski, un auténtico oasis de verdor en el fondo de un valle desértico, alimentado por las aguas que brotan de una gruta en la montaña y que llaman la Fuente Azul; allí montamos nuestra "jaima" entre palmeras..., aunque el suelo era pura roca y solamente a pedrada limpia conseguimos medio clavar alguna piqueta (y doblarlas todas...). Pero en fín, la tienda se sostenía y allí estábamos, en un oasis y bajo las estrellas, ¿qué más se podía pedir?.

lunes, 28 de noviembre de 2011

1.985 Marruecos (2): Fez en su laberinto


Era domingo, 22 de diciembre. Mientras en España resonaban las monótonas letanías del sorteo de la lotería, nosotros nos sumergíamos en el trasiego de Fez.

Capital espiritual y cultural de Marruecos, y una de las cuatro ciudades imperiales del país, Fez es un conglomerado urbano que se extiende sobre un terreno ondulado. Su importante universidad atrae a gran cantidad de estudiantes musulmanes, además de ser la tercera ciudad después de Casablanca y Rabat. Y sí, efectivamente de aquí viene el nombre de esos gorritos cilíndricos de color rojo con una coletilla de flecos oscuros que se ha extendido por tantos países musulmanes.




A poco de comenzar el paseo, lo primero que nos llamó la atención fué el Palacio Real, una imponente construcción que destaca como una isla deslumbrante entre todo lo que le rodea. No se puede visitar, ya que está destinado exclusivamente para uso y disfrute del rey, y su magnífico aislamiento queda aún más patente por la amplísima explanada que contrasta, y mucho, con el apiñamiento urbano que lo rodea. Nos acercamos para tomar unas fotos y admirar las magníficas puertas recubiertas de bronce dorado; la fachada parece un auténtico encaje de arabescos.

Pero lo que realmente nos ha traído a Fez es la posibilidad de recorrer el barrio viejo: Fes el-Bali. La antígua medina es un lugar sorprendente y abigarrado, uno de los mayores emplazamientos medievales que todavía existen y, según parece, ¡la zona urbana peatonal más extensa del mundo!. En el interior de sus viejas murallas almenadas se encierra un verdadero laberinto de viviendas populares, residencias, fuentes, palacios, madrazas, mezquitas y comercios; gentes variopintas, con ropa occidental o tradicional, compradores, paseantes, turistas, comerciantes, motoristas y recuas de borriquillos completan el cuadro.




Lo difícil es visitarla sin ser contínuamente acosado por una turba, siempre hombres, con la idea fija de hacer de guía y de paso conducirte a los comercios donde llevan comisión. A pesar de toda nuestra resistencia hemos terminado por dejarnos acompañar por un chaval, Abdul, por ser la única manera de que los demás se esfumen y poder emprender el paseo. Al cabo de un rato hemos podido también despachar a éste, entregándole los 15 dirham pactados, y empezar a disfrutar del espectáculo a nuestro ritmo.

¿Cómo describir la medina de Fez?, me ha quedado en la retina una serie de instantáneas más que una película contínua:




Calles estrechas flanqueadas de comercios pegados uno al otro, con las mercancías (alfombras, cerámicas, babuchas de cuero, cacharros de latón, vestidos, especias...) colgando de las fachadas. Tejadillos salientes y sombrajos de cañas que pintan sombras en el suelo. Minaretes que se destacan contra el cielo por encima de las casas. Arcos encalados y pasadizos que se abren a otras callejas laterales donde los comercios son cada vez más escasos hasta desaparecer del todo.

Recovecos que desembocan en rincones con un par de puertas, donde es necesario dar la vuelta porque no tienen salida. El martilleo contínuo del artesano que decora las bandejas de latón dorado, más insistente al paso del turista. Un cuchitril donde el tornero se ayuda con el pie para girar rápidamente el torno, mientras con las manos maneja las herramientas que dan forma a la madera.

Mujeres con largos vestidos y extraños tocados que solamente dejan ver los ojos. Hombres con chilaba y gorritos de punto, descalzándose para entrar en la mezquita. Un motorista que se abre camino sorteando a los transeúntes. Recuas de pequeños burros cargados con fardos, que aparecen trotando sin previo aviso y te llevan puesto si no andas listo en apartarte de su camino. Olores de cuero y especias, de pinchos humeando sobre los artesanales hornillos de brasas.



En uno de estos fonduchos callejeros hemos parado para comprar keftas: esas pequeñas salchichas especiadas de maravilloso aroma y mejor sabor, realmente deliciosos, con el sabroso pan que hacen por estas tierras. La "barbacoa" es de lo más sencillo: un pequeño hornillo rectangular de barro con brasas en su interior, sobre el cual se colocan las varillas metálicas en que están ensartadas las salchichas o los trocitos de carne de cordero; para avivar las brasas, el vaivén apresurado de un cartón es suficiente; y en pocos minutos listo para disfrutarlo.

Luego nos sentamos en una terraza a tomar un té con menta, la bebida nacional. Se sirve en pequeños vasos de cristal con una forma particular: tienen un contorno más saliente en la parte superior con el fin de poder cogerlo sin escaldarse los dedos, porque se toma muy caliente. Las hojas de menta fresca se depositan en el vaso y sobre ellas se vierte el té, que al momento queda impregnado de este nuevo aroma.

Después de dar vueltas y vueltas por el laberinto de callejuelas, salimos por otra puerta para dar un paseo por el cementerio adyacente que, como es costumbre aquí, no tiene ni vallas ni separación alguna de su entorno y forma parte integrante del paisaje. Las tumbas están adornadas con sencillas lápidas, unas recubiertas de azulejos y otras talladas más artísticamente en piedra con caracteres árabes.

Cuando pensamos en irnos volviendo hacia el camping ya está anocheciendo. Como habíamos salido de la medina al cementerio por una puerta diferente a la que entramos por la mañana, nos toca ahora dar una gran vuelta hasta encontrar de nuevo calles conocidas. Aún así nos perdemos y tardamos un buen rato en encontrar el camping. Para entonces las calles, tan llenas de gente por el día, se han quedado vacías: son las 22 hs. y no hay movimiento, aquí la gente trasnocha poco. Claro que las opciones son escasas: sentarse en una terraza y pasar el rato charlando delante de un té o un café; pasear; ver una película, inevitablemente violenta, en el único cine existente; o saborear un pastel en una de las abundantes "pattisseries" que continúan abiertas a esta hora.

Llegamos al camping y por fín a la tienda: hogar dulce hogar...

viernes, 25 de noviembre de 2011

1.985 Marruecos (1): Oriente está al Sur




Este primer viaje fué una escapada navideña a nuestro vecino del Sur. Disponíamos de 18 dias libres y elegimos Marruecos, tanto por su cercanía como por la diferencia de culturas; además, cosa a tener en cuenta, las temperaturas más suaves y las escasas lluvias lo hacían aún más atractivo en esa época del año.

Las fotos, estropeadas y descoloridas ya por la baja calidad del revelado, han necesitado una sesión de Photoshop para hacerlas de nuevo visibles; pero la dificultad de devolverles su color natural me ha decidido a dejar algunas en blanco y negro.

El plan de viaje era seguir carretera hacia el Sur, cruzar el estrecho y seguir bajando hasta que se nos terminara el asfalto y comenzase la arena... Bueno, era algo más elaborado que todo eso pero el objetivo principal era asomarnos y echar un vistazo, aunque tan solo fuera desde el borde, a esos paisajes desérticos que desde las primeras lecturas habitan nuestra imaginación. Y, desde luego, visitar Fez y Marrakech, nombres casi míticos que evocaban imágenes de exotismo y aventura, zocos y encantadores de serpientes...

Porque, cuando uno ha leído mucho e imaginado aún más, especialmente con la mente impresionable de un niño, se lleva impresa una imagen latente que solo está esperando tener delante de los ojos el objeto imaginado para concretarse. Lo curioso es que, a pesar de que el mundo real pocas veces coincide con el soñado, aquélla primera imagen nunca llega a desaparecer: en nuestra mente conviven sin aparentes problemas el lugar soñado y el que realmente vimos; y con el paso del tiempo, los duros perfiles de éste se desdibujan y refunden con aquél, formando una nueva imagen que llamamos recuerdo. Es aquí donde un diario escrito sobre la marcha y unas fotos tienen su importancia, pues ayudan a diferenciar, hasta cierto punto, lo vivido de lo soñado.

* Mapa de Ruta:





En este mapa he marcado la ruta que seguimos para ir y volver. Resaltados, los lugares en donde hicimos un alto significativo para ver algo interesante o pasear con más detenimiento; esto último con matices, claro: poco tiempo y mucho terreno por andar no dan para detenerse demasiado tiempo en cada sitio. El recorrido tiene las siguientes paradas: Ceuta, Fez, bosque de Ifrane, gargantas del Ziz, Er-Rachidia, Meski, dunas de Erfoud, Erfoud, pista de Merzouga, gargantas del Todra, gargantas del Dadés, Ouarzazate, Zagora, Tamegroute, Ait-Ben Haddou, Marrakech, Essaouira, punta de Imessouane, Agadir, Imlil, cascadas de Ouzud, Meknés, Ceuta.

* El Viaje:

Habíamos salido de Madrid a las 4 pm. del viernes 20 de noviembre, y el sábado a mediodía ya habíamos cruzado el estrecho y entrábamos a Marruecos por la frontera con Ceuta. En este intervalo nada de particular; salvo que para dormir hicimos vivac junto al coche en una caleta solitaria cerca de Algeciras, y al poco nos despertó la Guardia Civil para pedirnos la documentación y echar un vistazo al equipaje: nada extraño, teniendo en cuenta que nos habíamos ido a quedar en el típico punto de desembarco utilizado por los contrabandistas de la zona... Pero en fín, debíamos de parecer poco sospechosos y enseguida nos dejaron seguir durmiendo después de desearnos buenas noches.

El cambio de ambiente, que ya en Ceuta nos había mostrado un adelanto, se hizo patente a medida que nos adentrábamos en el país; no en el paisaje, que venía a ser todavía una continuación de Andalucía; sino en la gente, que tenía un aspecto diferente, hablaba otro idioma y se comportaba de otra manera...

El 21 de noviembre, por una carretera llena de baches y sin ninguna clase de señalización, con gente yendo y viniendo por ella a pie o en burro, hicimos los kilómetros que todavía nos separaban de Fez. Anochecía temprano, y lo más preocupante eran las bicicletas sin luces que de vez en cuando aparecían ante los faros del coche sin previo aviso.

Entrar en Fez y empezar el asalto de los "guías" fué todo uno: aún en medio del tráfico y aprovechando cualquier detención momentánea, una nube de ciclomotores se nos pegaba al coche para instarnos con gestos apremiantes a seguirles. Ya estábamos prevenidos de esta dichosa costumbre y no nos pilló de sorpresa, pero fué quizás el mayor inconveniente de viajar por este pais; y todavía se puede decir que tuvimos suerte, pues es un acoso que cada año ha ido a peor, hasta hoy.

Encontrar el camping no supuso ningún problema, ya que Teles había estado aquí el año anterior y recordaba el camino; tampoco había que pelearse por el espacio para instalar la tienda, una de las ventajas de viajar fuera de temporada; de los servicios mejor no hablar, aunque esto también fué una característica común a todos los que iríamos viendo después.

¡ Y los cantos del alba...!. Desde cada mezquita, y a juzgar por el estruendo debía de haber docenas, el almuédano llamaba a la primera oración a las 6 h. de la mañana (para nosotros las 5 h., por la diferencia horaria). Uno después de otro, y con la consistente ayuda de altavoces, iban entonando unas salmodias más o menos monótonas, más o menos musicales, durante un rato. Cesaba el barullo y tomaban el relevo los gallos, también abundantes, saludando a una aurora todavía invisible... Un rato más tarde, con los ojos aún llenos de sueño, nos poníamos en pie dispuestos a adentrarnos en los misterios de Fez.

martes, 22 de noviembre de 2011

Al volver la vista atrás...

Hace ya unos cuantos años que hicimos nuestro primer viaje juntos: en 1.985 nada menos.

Aquellas Navidades decidimos pasarlas de una forma diferente; teníamos más de dos semanas por delante, algo de dinero, un Renault 5 y una tienda de campaña: lo suficiente para llegarnos hasta Marruecos y darnos una buena vuelta por su geografía.

Todavía recuerdo el momento en que, después del obligado papeleo, atravesamos la frontera por Ceuta y paramos a comprar unas mandarinas en el primer mercadillo del camino: al bajar del coche nos encontramos de pronto sumergidos en otro mundo bien diferente a nuestro cotidiano entorno: la gente, los vestidos, el idioma, los olores... A partir de aquel momento pasamos los días de una ciudad a otra, de un paisaje al siguiente. Hablamos con la gente, paseamos por las abigarradas medinas y regateamos con los vendedores, saboreamos los especiados keftas y el té con hierbabuena, esquivamos a los monos del bosque de Ifrane y nos reímos viendo a las cabras subirse por las ramas de las arganias, dormimos en un oasis y buscamos fósiles entre las piedras pulidas por el viento del desierto, bebimos zumo de mandarinas recién exprimidas en la Yemaa y deambulamos entre los puestos del mercadillo nocturno, "rescatamos" a los ocupantes de un camión volcado y un autobús se nos llevó por delante un retrovisor al cruzar un puente, subimos a los fríos puertos del Atlas y contemplamos las estrellas sentados sobre una duna. Vivimos el viaje...

Desde entonces se han sucedido los años y otros viajes, más o menos largos, más o menos exóticos, se han ido sumando por el camino. Pero aquella primera impresión nunca se ha borrado, ni la fascinación de lo que entonces me pareció toda una aventura.

Y ahora que mi cabeza está llena de recuerdos, y mi armario de diarios que he ido escribiendo religiosamente a lo largo de cada viaje, voy a aprovechar esta oportunidad que me brindan las nuevas tecnologías para airearlos un poco y extenderlos ante mis ojos (y ante los de quien quiera pasarse por esta página, que será bienvenido) de una forma que nunca soñé poder hacerlo.

Vivimos en un mundo fascinante, de maravillosos paisajes naturales y sorprendentes obras construidas por el hombre, con hermosos animales y plantas que merecen todo nuestro interés y nuestro cuidado para que sigan estando ahí. Viajar es vivir, aprender, sentir. No es necesario gastar grandes sumas ni meterse en aventuras arriesgadas, si no se desea. El viaje es, principalmente, una experiencia interior y personal, que nos ayuda a comprender lo que somos y dónde estamos.

Si tienes curiosidad por saber dónde hemos estado y lo que hemos visto, puedes entrar en la página especial de Viajes