domingo, 18 de diciembre de 2011

1.985 Marruecos (8): Atlas, pastores y peregrinos



1 de enero de 1.986: estrenábamos año un miércoles.

Agadir no parecía ni medianamente interesante, tan occidental se veía; no merecía la pena perder allí un día más, y diciendo adiós al mar emprendimos la ruta para volver al interior.

El día se nos pasó en la carretera. Subimos el Tizi´n´Test, un puerto en la ruta más bonita del Alto Atlas; en las laderas aterrazadas de los montes, aldeas de casas de adobe que se mimetizaban con el paisaje; mujeres recogiendo arbustos espinosos y ramas caídas, que transportaban a la espalda en voluminosos haces para usar como combustible; pequeñas cabras ramoneando arbustos entre las piedras. Llegamos a Asni ya anocheciendo; pero esta vez hicimos un extra de Año Nuevo y nos alojamos en el Hotel del Tubkal, agradable y cómodo.






Al día siguiente, 2 de enero, después de esquivar a los insistentes vendedores de baratijas que pululaban a la salida del hotel seguimos hasta Imlil, una aldea situada en las faldas de la montaña a 1.700 m. de altitud; de allí parten las excursiones para subir al Jebel Tubkal (4.167 m.), aunque no era nuestra intención del momento. El valle era muy bonito y las montañas estaban cubiertas de nieve; pero pronto se terminó la carretera asfaltada y avanzamos por una pista de piedras llena de barro a causa de esa misma nieve; de vez en cuando veíamos cómo algunas mujeres despejaban de ella parte de un prado para que su rebaño de cabras enanas pudiera pastar en la hierba que había debajo.


Acabamos por dejar el coche y, mochila a la espalda, fuimos subiendo un rato por caminos embarrados que daban vueltas y más vueltas, hasta alcanzar una pared de rocas que nos pareció un buen sitio para comer. Naturalmente, al momento se nos agregaron un par de pequeños pastores bereberes: Ibrahim y Ayicha, que no tuvieron ningún inconveniente en compartir nuestros bocadillos... Pasamos un rato entretenido charlando con ellos, hasta que un sonido retumbante y un pedrusco de tamaño familiar que cayó a pocos metros de donde estábamos nos convenció de que ya era hora de ir dando la vuelta.




De nuevo en el coche, y pagados los 2 dirham al inevitable "guarda del aparcamiento" que apareció oportunamente de la nada, dejamos Imlil y nos llegamos hasta un lugar cercano a Tanahout, donde se veían muchos peregrinos camino del santuario de Sidi Chamharouch. Había por allí muchos chiringuitos, donde conseguimos comer un tajine: guiso cocinado en un recipiente especial, del cual toma el nombre, que es el plato tradicional por excelencia de Marruecos; consiste éste en una fuente redonda con una tapa alta de forma cónica, ambos de barro, en el interior del cual se cocinan lentamente diversos ingredientes (verduras, patatas, carne...) sobre las brasas de carbón.

Así reanimados, no paramos ya hasta Marrakech. Esta vez no llovía y pudimos ver la medina que, aunque no tan interesante como la de Fez, tenía sus rincones curiosos. Al caer la noche, la Djemaa estaba mucho más animada que en nuestra anterior visita; alumbrados por linternas de gas, sentados sobre alfombras extendidas en el pavimento y con un corro de atentos espectadores, allí se juntaban narradores de historias, curanderos rodeados de un surtido de frascos y diversos bichos secos, encantadores de serpientes armados de panderos y chirimías, artistas del "tatuaje" con henna, vendedores de mil y un cacharros, lectores del Corán sobre un atril decorado, charlatanes variopintos... Pasamos un buen rato paseando de un corro a otro, sin entender palabra pero disfrutando del espectáculo siempre diferente y abigarrado.

Y por último cenamos en la terraza alta de un restaurante que dominaba la plaza: harira, una sabrosa sopa de legumbres, tomates y carne, muy especiada y aromática; y los ineludibles pinchos de carne de cordero. Por 15 dirham (unas 200 pts.), dos sopas y ocho pinchos; pocas veces habíamos encontrado precios tan baratos por una cena. Con dos zumos de mandarinas (3 dh.) y dos pasteles (6 dh.), nos fuimos muy satisfechos a dormir.

El viernes 3 de enero, después de una noche de lluvia contínua, comenzaba para nosotros el día más movido de todo el viaje.